La solución de la hechicera

La mitología clásica es una fuente inagotable de metáforas. Las grandes metáforas son eternas, no pueden morir porque su significado excede los límites del tiempo, porque su hermosura renace cada vez que alguien que las comprende y el ser humano es tan breve que no deja nunca de redescubrirlas, pues no deja de nacer, que es lo mismo que decir que nunca deja de morir: la eternidad está hecha del recuerdo de vidas abandonadas, del encuentro de las voces presentes con las encerradas en un pretérito perpetuo.

El mito sobrevive a través de la palabra, la palabra somete a la muerte y al olvido de los hombres que existieron. El héroe, siempre un hijo bastardo de la divinidad, se enfrenta a una adversidad inevitable, busca la redención a través de la superación de una prueba, un obstáculo, un trabajo. El héroe es una aventura contra su destino, su destino es su adversidad.

Casi todo el mundo olvida, por ejemplo, el origen de los doce trabajos de Heracles, a él se le recuerda como a un héroe. Se le disculpa que matara a su mujer, a sus hijos y a dos de sus sobrinos; su locura fue inducida por los celos de Hera. Tanto el delito como su redención se originan y desembocan en los límites de la divinidad. La parte humana del héroe se espanta de sí misma, Heracles se torna un montaraz y se recluye en el dolor sin fin de su arrepentimiento.

Quizá esa sea la mayor gloria de Heracles, que se olvide aquel crimen porque fue capaz de cumplir con los trabajos que le encomendó el rey Euristeo, su alter ego, y que su nombre sea citado junto al honor de sus trabajos cumplidos o la enormidad de su fuerza. A mí siempre me impresionó que casi fuera más difícil arrancarle la piel al león de Nemea una vez vencido, que el hecho de derrotarlo. Estoy convencido de que nunca lo hubiera conseguido por sí solo si no llega a ser por Atenea, que, convertida en una hechicera, le dio el consejo de que utilizara las propias garras del león para desollarlo. Sin embargo, pocos recuerdan aquel consejo de Atenea y sí la piel del león con la que Heracles cubrió su cuerpo a partir de entonces. Así lo recordamos, como a un héroe enfundado en la piel del león al que sometió.

La solución a los problemas, parece que nos quería decir Atenea, solo se puede hallar dentro del propio problema. Si no fue Heracles quien mató a su mujer, a sus hijos y a sus dos sobrinos y lo indujo Hera, tampoco Heracles fue quien desolló la piel del león de Nema: fue Atenea.
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