Javier Cercas lo llama el punto ciego. Es una metáfora -una paradoja- muy apropiada: es la única zona oscura e insensible a la luz del ojo que nos permite ver, es decir, una oscuridad luminosa. En toda novela o texto narrativo que se precie, para él, tiene que haber una ironía, una paradoja, una zona oscura que haya incrustado el narrador en su texto. La trama es lo de menos, porque la trama surge de esa oscuridad lumínica, de esa aporía que es un hombre mientras escribe y se formula a sí mismo una pregunta que no será jamás capaz de contestar del todo. Gregor Samsa es un hombre que se despierta metarmofoseado en un monstruoso bicho, tiene una doble naturaleza, una doble sensibilidad, la humana y la insectil. ¿Qué importa, pues, lo que le ocurra a Gregor Samsa o si le ocurre en el capítulo tres o en el siete? No tiene importancia si se sube por las paredes, si se enreda con una pelusa de debajo de su cama o su padre le arroja manzanas para acabar con él: todo surge, todo late, desde ese corazón que Kafka depositó en el centro de su texto narrativo: Gregor Samsa es un hombre que se despierta convertido en un monstruoso bicho. ¿A quién no le ha pasado?
¿Cómo se crea el corazón de un texto narrativo? Es más sencillo de lo que parece y más difícil de lo que se piensa. Solo hay que acudir a la realidad. Hace poco estuve leyendo en un diario digital alemán que, por estadísticas, un maquinista de tren en Alemania vivirá, al menos, el atropello de tres personas, suicidas o por accidente, a lo largo de los años en los que desempeñe su profesión. Imaginemos a un personaje que quiere hacerse maquinista porque ha leído esta noticia, esto solo lo sabe, en un principio, el narrador, el lector y el personaje; los amigos y la familia celebran que, con el tiempo, haya cumplido su sueño, conducir trenes, tener un puesto de trabajo fijo con un buen sueldo. Se describe la estabilidad familiar del personaje, llega a tener hijos, en algún momento se arrepiente, no de ser maquinista en sí, sino del oscuro secreto que ha albergado en su fuero interno: se hizo maquinista para sentir lo que era atropellar a alguien, pero ya no quiere y sabe que en algún momento podrá ocurrir y vive en un continuo estado de ansiedad. Habla con amigos a los que ya les ha pasado, él ha tenido suerte hasta ahora. Trata de pasar el máximo tiempo posible de baja laboral, alega estar deprimido, se provoca lesiones cada cierto tiempo que los demás achacan a su mala suerte. ¿Qué haría que la novela o el relato fuera kafkiano, dostoievskiano, galdosiano o cervantino? Hay varias opciones, la trama es lo de menos. Los finales kafkianos serían que el padre lo hubiera sabido siempre porque también hubiese leído la noticia, que el personaje nunca atropellara a nadie o que uno de sus hijos, con el tiempo, también se hiciera maquinista. El final dostoievskiano es que se lo terminaría confesando a su mujer y ella lo iría a buscar siempre a la salida del trabajo. El final galdosiano o cervantino acabaría con el maquinista prejubilado por los recortes de personal de la compañía de trenes y el protagonista recibiendo con lágrimas, de alegría y que el empleador tomaría por lágrimas de pena, la noticia de su despido. Chéjov hubiera terminado con la noticia de que un maquinista se habría suicidado tirándose a las vías del tren y se desconocían los motivos. ¿Los títulos? Kafka: La lectura; Dostoievski: Una mujer a la salida del trabajo; Galdós: Clemente, el maquinista. Chéjov: Causas desconocidas. ¿Qué más da? Lo importante sería haber indagado en el alma humana.