Los tétricos tenderetes del morbo

¿El Chicle? La narratología periodística es, en ocasiones, lamentable, impedida e injusta en extremo. No es que sean santos de mi devoción, pero prefiero la voz entrecortada y compungida con la que Ramón García, quizá pensando en su condición de presentador, locutor radiofónico, hombre -como el asesino- y padre de familia, trató de articular algo parecido a un discurso durante las campanadas para referirse a la aparición del cuerpo sepultado de una joven en un pozo después de quinientos días, mientras Anne Igartiburu intentaba aguantar que se le saltaran las lágrimas, quizá sabiéndose presentadora de un programa del corazón, mujer -como la víctima-, amiga, madre o todo a la vez, que cualesquiera de los supuestos reportajes del autodenominado periodismo de investigación mañanero o vespertino, en los que se llama El Chicle al asesino y por su nombre a la víctima. Quizá sintieran vergüenza de su profesión en aquel momento por tener que expresar y transmitir algo tan obvio como el pésame a una familia destrozada y una declaración de repulsa a la violencia machista.

O quizá sintieran vergüenza ajena, algo tan nuestro, tan español, por esos otros reportajes o tertulias en los que se mostraban y se muestran, en bucle, fotos de la joven asesinada en bikini y se airean, con todo lujo de detalles, intimidades de la familia de la víctima, mientras, una vez resuelto el misterio y apagada la llama del morbo con el jarro de agua fría de la cruda realidad (la imitación del estilo periodístico es intencionada e irónica), se muestra a lo sumo una o dos fotos del asesino, José Enrique Abuín Gey, sin alias, practicando deporte (running le dicen ahora al atletismo) o junto a su familia cerca de una mesa camilla.

A todos aquellos que piensan que, al menos, el asesino ha mostrado síntomas (atisbos, diría yo) de compasión por declarar dónde había dejado el cuerpo, me gustaría que cada vez que vayan a hablar del tema, se lo imaginaran por un momento (como el horror del verso de Blas de Otero, con unos cinco o diez segundos basta), arrojando el cuerpo de la joven al fondo de un pozo y tapiándolo con hormigón. Que haya otros que no lo confiesen, no lo convierte a él en mejor, sino solo en confeso: asesino confeso. ¿Es un asesino confeso mejor que otro asesino? ¿Qué clase de debate desalmado es ese?

Como pide un tío de mi mujer en su muro de Facebook, sería mucho mejor reconocer la labor de la marisquera que encontró el móvil de la víctima mientras trabajaba y que lo entregó a las autoridades sin mirar para otro lado, así como a la joven que logró zafarse de un nuevo intento de agresión del tal José Enrique, sin alias, la pasada noche de Navidad y lo denunció a la policía. Ellas son las verdaderas heroínas de esta historia, «las piezas clave en el giro de la investigación» como dirían ellos, los (in)comunicadores. ¿Quién sabe los nombres de estas heroínas? ¿Quién les ha dado el reconocimiento que se merecen? ¿Qué alias estaría a la altura de semejantes actos de coraje y valentía? ¿Qué medalla? Una marisquera y una joven valiente no vende, como dice el tío de mi mujer. Y es cierto, tengo por seguro que no conseguiría el mismo número de espectadores para el próximo anuncio de colchones o de cualquier otra cosa que mantenga los tétricos tenderetes del morbo.

Manuel Jabois lo explica muy bien aquí:
https://politica.elpais.com/politica/2018/01/03/actualidad/1515008214_301244.html

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5 comentarios en “Los tétricos tenderetes del morbo

  1. Me encanta tus palabras claras y precisas, sin dañar, con respeto pero con asertividad. Besos Fer y magia si la celebráis para la Noche de Reyes.
    Hoy quise hacer un pequeño recorrido por vuestras letras.

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