Una pequeña papelería

Hay lecturas, como hay canciones y miradas, que te hacen sentir que merece la pena estar con vida, «El cuaderno rojo» de Paul Auster es una de ellas.
Ya había leído «La trilogía de Nueva York» y me habían parecido novelas interesantes, con mucho sentido del humor, inteligencia y lejanos ecos cervantinos, les tenía cierta estima más por lo que tienen de ejercicio de búsqueda narrativa y de consecución en la conquista de un estilo que por ser lecturas que me dejaran marcado de alguna forma, como esos días en los que se es feliz, sin saberlo, porque parece que no ha ocurrido nada y todo estuviera igual que ayer. Tres novelas que parecen sencillas de leer, pero tras las que se esconde una enorme cantidad de talento, comprensión de otros autores y, ese concepto tan de moda, una metaliteratura exquisita; sin embargo, lo que me ha ocurrido al leer «El cuaderno rojo» ha sido algo sin precedentes, insólito en mi experiencia de lector, definitivo como un plazo que ha vencido.

Es la primera vez que un libro logra emocionarme hasta la indefensión y, por qué no confesarlo, hasta el llanto más irreprimible, la primera vez en la que un libro avanza y avanza y se sigue escribiendo más allá de él, como dice Paul Auster, las historias siguen escribiéndose por sí mismas sin necesidad de que nadie las siga escribiendo.
Una moneda que cae y reaparece en otro lugar, el sabor inolvidable de la desesperación de la última comida que queda en la despensa y que termina por quemarse, las tres huidas inverosímiles y reales de un hombre acechado por una muerte absolutamente segura, las amistades de neumáticos pinchados o el capítulo nueve.
El capítulo nueve relata la amistad que Paul Auster mantiene con un escritor afincado en París. En un momento de la narración, dicho amigo de Paul Auster envía por correo el ejemplar de uno de sus libros a su padre, un hombre desconocido para él con el que se ha reencontrado gracias a la tecnología del listín telefónico informatizado, ambos traban  de nuevo relación y al protagonista se le muestra como una persona distinta a lo que siempre había pensado.
En mi escritorio tengo siempre una pluma Parker en su estuche, apenas estrenada, es el único regalo que conservo de mi padre biológico. Recuerdo que la recibí sin esperarla, supongo que fue su manera de decirme que siguiera escribiendo, no lo sé. Antes yo le había hecho llegar alguno de mis libros junto con unas cintas de Jeff Beck que rescaté en secreto de mudanza en mudanza y que era mi música favorita, supongo que fue mi manera de decirle lo que él era para mí. Lo que más me dolió de ese capítulo nueve es que el padre del libro de Paul Auster resultaba ser ese padre imaginario e inexistente de mi pensamiento infantil que comencé a concebir antes de conocer a mi definitivo padre un par de años después, es decir, que la historia existía por sí misma en un punto más allá de mí.
Lo más paradójico de todo es que esa creación ideal al margen de mis dos padres reales—el biológico, al que terminé conociendo años después, y, por otro lado, el que ejerce como tal a día de hoy— no había desaparecido nunca del todo en mi interior y ayer supe que había existido de veras, y que luego moría, en el capítulo nueve de «El cuaderno rojo» de Paul Auster, y que regentó una pequeña papelería, aunque yo no sea amigo de Paul Auster, ni un afamado escritor afincado en París.
Es increíble lo que un libro es capaz de conseguir.

https://www.youtube.com/watch?v=9auGQ7OxMtE
IMG_6727 copia

4 comentarios en “Una pequeña papelería

  1. acompanho teu blog, sensível, humano, denso, que nos faz pensar, que nos faz aprofundar o que passamos a pensar a post publicado. Paul Auster é um escritor que me agrada, não fica apenas na superfície da palavra, em uma história. Li com prazer< entre outros, "Noite do Oráculo. um presente a leitura. agora, você deixa essa essencial sugestão. muito obrigado. receba o meu abraço.

    Le gusta a 1 persona

    • Gracias a ti, Chronosfer. Me apunto la recomendación. No sé hablar portugués pero te he entendido y te agradezco el cariño y los adjetivos de sensible, humano y denso, pero sobre todo que creas que hago pensar me parece de las cosas más bonitas y que más me conmueven. Un abrazo también para ti.

      Me gusta

  2. Vaya, nunca he leído nada de Paul Auster y tras leerte no me quedará más remedio que empezar por este. No sé si tendrá la misma sensibilidad que tienes tú al escribir, pero si te ha emocionado… no hay más que hablar.

    Le gusta a 1 persona

    • Es un grande, y está lo suficientemente loco para maravillarse con las casualidades y tener conciencia de lo que es pasar por el mundo. Es un gran escritor, yo creo que no le llego ni a la pe de Paul.

      Le gusta a 1 persona

Los comentarios están cerrados.