Las aljabas

A Marcelino Martínez Santamaría

Paseaba cierto día Demócrito de Abdera por un bazar y se encontró con un aprendiz de mago persa con el que compartía instrucción, un joven al que todos los demás aprendices tenían, pese a su corta edad, por sabio, casi por maestro. En uno de los desvencijados mostradores yacía una montonera de aljabas repletas de flechas. Demócrito comenzó a reír:
—¿De qué se ríe ahora, Demócrito? —preguntó el aprendiz, casi ofendido por la humillante risa del filósofo.
—De los muertos que yacen en ese mostrador.
—No veo a muerto alguno, ahí solo unas aljabas amontonadas.
—Y a ti te tienen por sabio… —Demócrito prorrumpió en una sonora carcajada.
—Lo dice por las flechas y porque las flechas pueden matar. Hasta ahí llega mi capacidad de deducción, no se crea usted tan sabio. Aquí no yace muerto alguno todavía, si acaso muertos en potencia o la propia metáfora de una guerra venidera.
—No te has fijado bien, has olvidado ver que las aljabas de debajo están gastadas, no solo eso, entre ellas, si miras bien, hay siete que tienen menos flechas que las demás. Y si reparas en esta última, ¿qué ves? —Demócrito señaló una aljaba a la que le faltaba una correa.
—¿Que está algo rota y tiene cuerda en lugar de correa?
—Miras sin ver, joven aprendiz. Esa aljaba es distinta a las demás, por su forma hubo de ser de un arquero griego, un mercenario que acabó con la vida de otros muchos y desmoralizó tanto al enemigo que se la arrebataron como reliquia, y, al cabo del tiempo, los otros siete la recuperaron, le pusieron una cuerda y la terminaron vendiendo junto con las suyas.
—¿Cómo está tan seguro de que lo que está diciendo sucedió así?
—¿Quién ha dicho que yo esté seguro de que sucedió así? Aunque no fuera como yo he dicho, pudo ser así. No negarás que las flechas de esa aljaba son de otro tamaño a las que debió contener la del arquero griego. Si la aljaba del griego estaba vacía, es que sus flechas alcanzaron a muchos. La guerra venidera, aprendiz, no es un mostrador de aljabas iguales, es esa aljaba distinta y rota entre el resto, es el arquero que lucha sin tener nada que perder.

Demócrito de Abdera siguió caminando, envuelto en sus propias risas, pensando en la posibilidad de la idea de ser capaz algún día de mirar sin ver lo que veía, sino de ver todas las posibilidades de lo que miraba.

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