Ein Schriftsteller ist jemand, dem das Schreiben schwerer fällt als anderen.
Thomas Mann
Decía Thomas Mann que «un escritor es alguien al que escribir le cuesta más trabajo que a otros»; en alemán schwer fallen significa, en el fondo, resultar difícil, pero como lo entiendo así, lo traduzco así. Traducir es, en ocasiones, un acto de sinceridad con nuestra propia lengua, que es lo mismo que decir con nosotros mismos. La clave del pensamiento que encierra esta frase, sin embargo, reside en la comparación, en el que al escritor le cueste más escribir que a otros. ¿Quiénes son esos otros? ¿El periodista, el burócrata, el articulista, el crítico, el investigador?
Toda persona que haya intentado poner por escrito un pensamiento, una idea, una historia, una sensación, sabe que en cuanto las palabras traspasan la frontera de lo inmaterial a lo físico, de lo pensado a lo escrito, dejan de ser pensamientos, perfectos en su invisibilidad y absoluta pertenencia etérea, para convertirse en una sucesión concreta y ostensible y, lo peor de todo, persistente, fija, inmóvil. Un texto es más real que la realidad, porque mientras la realidad cambia, los textos permanecen escritos en sus letras: la literatura. Nos fascina el mar porque es siempre distinto, el río porque fluye, el cielo porque cambia, el día porque viene la noche, la noche porque sucede al día; pero el texto, como la fotografía de un pensamiento o la quietud de una escultura, aprisiona los pensamientos y los convierte en un instante, un instante de instantes. El texto es la prisión del pensamiento. El pensamiento es perfecto porque es libre y no requiere de palabras para ser, se basta con percibirse en sus formas. El escritor no puede deshacerse de ese instante crucial, vive alucinado en la permanente duda de lo definitivo. ¿Qué palabra define ver cómo se dibuja el destino en los contornos de una voz que se escucha por primera vez? ¿Qué palabra puede multiplicar el alma hasta el fondo de unos ojos que nos miran? Las preguntas son siempre interminables, como el deseo.
Uno de los peores momentos es saber cuándo se termina de escribir, cuando un texto ha agotado sus posibilidades, en qué página acaba la novela, qué verso es el final. El poeta que conoce la forma, lo sabe y ha sentido el alivio de los límites, la prosodia que empuja a las palabras. Escribir es más difícil para el escritor, como dice Thomas Mann, porque asume un riesgo con cada palabra, porque se escribe para siempre y la vida y la muerte siguen.
Por eso leer es tan grato, porque leer se acaba con nosotros.
Me gustan tus pensamientos sobre los pensamientos de otros… los complementas. Besos, Fer.
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Gracias, Elia. El origen de esta entrada es haber pensado por qué escribir resulta duro y es tan agradable leer o pensar.
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Escribir es como hablar en voz alta, al hacerlo, de alguna forma, se hace realidad y la realidad como la verdad… nos duele.
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Es como hablar en voz alta y que nos grabemos y luego le demos esa grabación a los demás. La verdad no duele, es lo que haga sentir la verdad lo que duele o produce placer. Si me dejo llevar, te escribo una entrada en el comentario. Gracias por esa imagen acertada sobre la escritura como voz.
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Tú dejate llevar… 🙂
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Pues me guardo la idea de «escribir es llamar la atención del resto» para otra entrada. Un abrazo.
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Me encanta
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Gracias, Ana. Un placer contar con tu lectura.
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