La decepción de Gogol

Suelo ayudar con el español al hijo adolescente de una compañera de trabajo, profesora de lengua rusa. La habitación en la que trabajamos está repleta de ejemplares de literatura rusa, libros en lengua original. En alguna ocasión le he pedido a dicha compañera de trabajo, al final de la sesión con su hijo, que me leyera algún poema de Lérmontov, el fragmento de un cuento de Pushkin, de Chéjov o un pasaje de una novela de Dostoievski solo por el placer de escuchar la literatura en su lengua original. El sonido de los poemas de Lérmontov es incomparable, no entiendo una sola palabra, pero el mero hecho de oírlos me infunde un sentimiento incomparable de belleza y respeto.

Al final de la última sesión estuvimos hablando de lo misteriosa y literaria que es la ciudad en la que vivimos. La primera ciudad, por ejemplo, de toda Alemania en la que se representaron obras de Calderón de la Barca, debido a que E.T.A. Hoffmann, quizá el mayor escritor romántico de la historia, era un admirador acérrimo del poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro. La conversación derivó en las relaciones literarias de ida y vuelta, de la influencia de Cervantes en Hoffmann y de que hasta llamó a su perro Berganza en honor a un personaje cervantino de El coloquio de los perros. La admiración que Hoffmann sentía por Cervantes y Calderón de la Barca condujo a que mi compañera de trabajo me relatara un episodio de la vida de Gogol que el autor puso por escrito en uno de sus diarios y que tuvo lugar en la ciudad en la que vivimos.

Mi compañera me contó que, según había escrito Gogol en sus diarios, la profunda admiración que le profesaba a Hoffmann le llevó a emprender un viaje desde San Petersburgo a Bamberg, tan solo por conocerlo en persona; deduje que tuvo que ser en algún momento entre 1809 y 1813, período en el que Hoffmann residió en Bamberg y, por lo tanto, su supuesto encuentro era del todo imposible: Gogol había nacido en 1809 y Hoffmann murió en 1822. Tan solo habría tenido ocasión de encontrarse con él siendo un adolescente y, en todo caso, fuera de Bamberg. Pero como soy lector de Borges, dejé que siguiera hablando, quizá había confundido el nombre del autor y se tratase, en realidad, de otro autor o, tal vez, Gogol había soñado el encuentro y lo puso por escrito en sus diarios. Quién sabe. Según mi compañera, según su ensoñación o la de Gogol, se había alojado en un hotel que hoy es la actual biblioteca municipal y se había provisto de algo de comer en la panadería que, a día de hoy, todavía sigue abierta. De ahí habría partido a toda prisa a casa de Hoffmann en la plaza de Schiller, pero no lo habría encontrado allí y le habrían dicho que Hoffmann se encontraba camino del Domberg, las callejuelas que conducen a la catedral, y que, entonces, Gogol cruzó la ciudad como una exhalación, tras haber pedido las señas necesarias. La fortuna habría querido que el grandísimo escritor ruso, futuro autor de Almas muertas, se topara con su maestro alemán y que tuviera lugar un diálogo parecido al que aquí transcribo:

—Señor Hoffmann, soy el señor Gogol, he hecho todo el camino desde San Petersburgo solo para verlo a usted y conocerlo en persona. Es un honor para mí estrechar su mano. Lo admiro profundamente y admiro sus obras literarias, en especial, sus cuentos fantásticos. —Le habría dicho Gogol casi sin haber sido capaz de recuperar el aliento.

—Encantado de conocerlo, señor Gogol. Le agradezco que haya leído mis historias. Le deseo que tenga un buen día. Disfrute de la ciudad.

Y Hoffmann se habría dado media vuelta y habría seguido su camino como si nada especial o extraordinario hubiera ocurrido. Gogol habría sentido una enorme decepción tras tal encuentro con Hoffmann, un escritor al que admiraba tanto y al que consideraba su principal maestro no le había hecho el menor caso, no había tenido la menor deferencia con él. Una decepción tan grande que, incluso, la había recogido en sus diarios.

La decepción de Gogol no pudo existir en la realidad. Nada más salir de casa de mi compañera me fui a pasear por el Domberg, cuando alguien me recuerda una calle de la ciudad en la que vivo, siento la necesidad de volver a pasear por ella, como si así la reconociera mejor. Estaba a punto de caer la tarde, a esas horas en las que las calles están más oscuras que el cielo, un hombre y su perro me adelantaron a toda prisa, supe que era Hoffmann con Berganza, solo alcancé a ver que llevaba un libro de Calderón de la Barca en la mano; no me atreví a decirle nada por si acaso.

IMG_1300 copia

8 comentarios en “La decepción de Gogol

    • Discípulo de todos mis amores literarios. El relato de la anécdota es lo único real, que se me contó, quiero decir. Gracias por el comentario, S.Sue.

      Me gusta

Los comentarios están cerrados.