No tengo ni la más remota idea de patinaje sobre hielo, no sé qué grado de complejidad tienen los ejercicios, ni en qué se fija el jurado para otorgar la puntuación de los diferentes pasos de un ejercicio. Sin embargo, anoche vi patinar a Javier Fernández y me emocionó hasta unos límites a los que apenas llegan a rozar las palabras, lo hizo sobre una música folclórica española en la que, en determinado momento, sonaban unas insólitas trompetas medievales que dieron paso a que se pronunciara por la megafonía del pabellón en Moscú el nombre de «Don Quijote de La Mancha», con el eterno orgullo de Alonso Quijano. Sin saber muy bien por qué, me dio un vuelco el corazón en ese instante y me dejé llevar por un misterioso encantamiento, como el que algunas veces se produce ante ciertas miradas o poemas a lo largo de la vida.
Entonces, Javier Fernández pareció entrar en un estado de trance expresivo, como si se hubiera suspendido el efecto de la gravedad sobre el hielo y él mismo se hubiera convertido en el caballero de La Triste Figura, tanto que, incluso, llegó a perder el equilibrio en uno de los saltos y, entre los afilados crujidos del hielo y el revuelo de la camisa, la comentarista, que sufría con cada pequeño error, se convirtió en la voz y en los durísimos silencios de un Sancho Panza invisible, fiel escudero de su señor. Como si las caídas que constatasen el fracaso de Alonso Quijano fueran parte inevitable de los sueños y de la belleza que los hicieran posibles en Don Quijote cada vez que se volvía a poner en pie, Javier Fernández retomó con una mano el equilibrio. Pareciera que el hielo le hubiera recordado quién era con su frialdad, y Don Quijote siguió danzando como si nada en Moscú, cuatrocientos años después de haber salido de su humilde hacienda a lomos de Rocinante. Vi a Borges, con su bastón, aplaudiendo entusiasmado en uno de los planos cortos.
No sé si mereció ganar por sexta vez consecutiva el Campeonato de Europa, poco importa, pero si algún día me preguntan qué significa ser español para mí, pronunciaré el nombre de Javier Fernández, que es lo mismo que pronunciar el de Don Quijote y, con él, el de Miguel de Cervantes y, en él, como pensaba Fiodor Dostoievski, el de toda la humanidad.
2 comentarios en “Don Quijote sobre hielo”
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Creo que su tropiezo fue causado por la mirada de Dulcinea… Tampoco entiendo nada acerca del patinaje sobre hielo, pero para saber apreciar la belleza, con tener sensibilidad es suficiente. ¡Sublime!
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Quién sabe, si fue su mirada o su recuerdo. La lección que nos dejó es que siguió patinando, pese al tropiezo. Gracias, como siempre, por la lectura y el comentario, Elia.
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