Pienso en la prosa de Robert Walser, un escritor que fue incomprendido en su tiempo, con la honrosa excepción de Kafka, su mayor discípulo. Kafka supo ver en la parábola el armazón simbólico que Robert Walser dejaba al desnudo. Su principal defecto fue ser suizo y no escribir como Gottfried Keller o Hermann Hesse, su extremada delicadeza sensorial y el hecho de relatar historias sin héroes, sin épica, sin más afán que el de relatar lo que le sucedía a sus personajes o a la conciencia de sus personajes. Pienso en Robert Walser, en la maestría de sus relatos, en la sutilidad de sus descripciones, en la concepción cervantina del narrador que muestra cómo se escribe el texto mientras se escribe, en el escritor berlinés en el que se convirtió durante un tiempo, en el imposible hombre con decenas de extraños trabajos en Suiza, en el escritor imposible que estuvo más de dos décadas internado en un psiquiátrico sin escribir una sola palabra y que murió como el poeta Sebastian de su primera novela, Los hermanos Tanner (Geschwister Tanner), mientras daba un paseo por la nieve.
Pienso en las palabras de Peter Bichsel, otro grandísimo escritor suizo, al que oí decir en una entrevista de hace muchísimos años, en un extraño blanco y negro casi azul, que tuvo que regalar los libros que tenía de Robert Walser porque, de otro modo, no hubiera podido dejar de leerlos nunca y no hubiera conseguido avanzar para encontrar su propia escritura.
Pienso en Robert Walser, mientras escribo este texto en mi cabeza y estoy sentado a la orilla del río una de las últimas tardes de abril y el sol se deshace en una hilera de luces rotas y doradas sobre la blancura del cuello de dos cisnes a lo lejos. Pienso en Robert Walser cuando veo al resto de patos apartarse al elegante y desmañado paso de los cisnes. Pienso en los cisnes y en la nieve y en un pasaje de Heine en el que contaba que en un lago del Alster en Hamburgo les partían las alas a los cisnes para que no emigraran. Pienso en los nombres que los antiguos propietarios de los libros que leo dejaron a lápiz sobre las primeras páginas y también pienso en la última estrofa del poema de Robert Walser que encontré por duplicado en uno de los libros que adquirí en un anticuario y que llevaba por título Literatur. Pienso en que los anticuarios no se llaman así porque contengan libros de otro tiempo, sino antiguas vidas de lectores póstumos. Pienso que en España les decimos librerías de viejo. Pienso en que el ejemplar en el que encontré el poema quizá fuera uno de aquellos libros de los que se deshizo Peter Bichsel y que habría dejado aquella copia y la fotocopia como advertencia a un futuro lector de Robert Walser o, quién sabe, a un futuro escritor que tratara de encontrar su voz antes de volver a desentenderse de ellos.
Pienso en la prosa de Robert Walser, en la brisa que emana de sus párrafos. Pienso en que creo entender a Peter Bichsel: no se puede escribir mejor de lo que lo hizo Robert Walser. Pienso en el día en el que me tenga que deshacer de sus libros. ¿Seré capaz? ¿Dejaré una fotocopia oculta entre las páginas? Pienso en ese momento que no existe todavía sino en el silencio, en el silencio de luz rota sobre los cuellos de los cisnes.
5 comentarios en “Pienso en la prosa de Robert Walser”
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Muy buena entrada!!
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Gracias, Shin.
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Precioso, Fer!
Saludos
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Gracias, Úrsula. Un abrazo.
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