Y qué decir de nuestra madre España, como dice el verso de Gil de Biedma. Hacía años que una noticia no lograba partirme el corazón como la del telenoticias de esta noche. Como en una extraña pesadilla, aparecía Madrid de fondo, Josef K. con una carpeta en la mano haciendo cola en la Plaza de España, y una fila de ocho mil quinientas personas para cien puestos de trabajo en un hotel.
El brazo del reportero, desde lo invisible, le daba la palabra un joven que afirmaba que quería trabajo de lo que fuera, que la cosa estaba muy mal. Imaginé a unos padres, tenedores en mano, preguntándole a su hija en el salón de su casa que por qué no se había acercado, que quién sabría si hubiera tenido suerte. No se describía la oferta de trabajo, ni la remuneración. Una de las encargadas de los llamados recursos humanos, visiblemente satisfecha por la acogida de la ocurrencia, sonriente, sudorosa y aturdida por aparecer en televisión con un polo franquiciado frente a tanta gente, se congratulaba de poder ponerle cara a los candidatos y de que tuvieran la posibilidad de dejar sus currículum vitae -ella dijo otra cosa en plural- en mano, como si hacer esperar a miles de personas de pie durante horas en la calle no fuera con ellos.
Abrí la aplicación de la calculadora del móvil: 8500 personas, a dos minutos de dignidad mínima por persona, arrojaría un total de 283,33333 horas, 11,8 días completos. ¿Cómo se habrían podido ventilar todo aquello en un solo día en una mesa de cinco o seis personas como aparecía en el informativo? La única respuesta posible es la falta de dignidad, reducir el tiempo de la entrega de la documentación a unos pocos segundos. El que algo quiere, algo le cuesta; el jefe del departamento de mercadotecnia (marketing, en la jerga) se frotaba las manos ensimismado, al final del día habrían fidelizado a ocho mil cuatrocientas personas y conseguido a cien empleados agradecidos de por vida. Él ya pensaría en el micrófono con pinganillo, en el mando de meteorólogo que utilizaría en la charla de TED que daría a raíz de aquella iniciativa, como la llamaría él, en su apellido al lado de un método empresarial y en la barbita canosa de genio, que qué bien le quedaba al éxito, y el jersey negro de cuello alto a lo Steve Jobs.
Si lo que querían era ponerle cara a los candidatos, se la han puesto a otra cosa. Son hombres quienes han vendido al hombre, como dice el verso de Gil de Biedma, a precio de mercado, aunque no quepa en el endecasílabo, como mis lágrimas a miles de kilómetros de la ciudad en la que nací.
Y aún dirán que debemos estar agradecidos porque nos dan trabajo… Saludos
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El trabajo, antes se buscaba o „te colocabas de”, ahora se ruega o se mendiga, “nos buscamos la vida” y hay que darse con un canto en los dientes. Gracias por tu comentario, Iñaki.
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¡Enorme, si Larra viviera…!
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Si Larra viviera, me iría con él librerías y a tomar copas, para enseñarle que escribir no es llorar y que no se suicidara.
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Me apuntaría a tan plácida aventura 😉
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Pues es cuestión de proponérselo, en memoria de Larra.
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¡Enorme sería el placer! 😉
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