La cátedra de Románicas de la universidad para la que trabajo me propuso dar una charla a los estudiantes de literatura española sobre el tema que me pareciera más interesante para ellos y que, si no me importaba, leyera algún texto original que suscitara un turno de preguntas posterior, es decir, que necesitaban a alguien para ser parte del programa cultural extracurricular llamado «Mesa redonda iberoamericana» y que se ofrece las tardes de los jueves a partir de las 20:30, esto en Alemania equivale a las 22:00 de la noche españolas, y que yo era el Pisuerga que pasaba, con gusto, por Valladolid.
Aunque ayer, contándome a mí, éramos diez personas en la conferencia, se trató de un público inmejorable, atento e interesado, el turno de preguntas se prolongó tanto que se nos fue el santo al cielo y nos dieron charlando más de las diez de la noche; se habló y se reflexionó sobre el pasado y el presente, sobre la polémica en torno a la camiseta de la selección nacional, sobre el dolor y el silencio en el seno de algunas familias, sobre el exilio, sobre la relación de Alemania y España con su pasado, sobre las formas de afrontarlo públicamente de unos y de otros, sobre la idea de Europa, sobre la idea de democracia y la necesidad de imperfección que la hace posible.
Lo que hice fue llevarme al aula una selección de los libros más interesantes que tenía en casa, fueran novelas o no, sobre la relación entre la memoria, individuo y colectividad. Que hubiera más libros que personas siempre es un buen síntoma. Lo primero que traté de explicar es que, a veces, las expresiones artísticas como la pintura, la literatura o el cine (que es el séptimo y quizá el más exitoso), mediatizan demasiado la visión sobre la realidad. Pedí que me dijesen si sabían de algún bombardeo durante la Guerra Civil a la población más allá del de Guernica (Gernika), celebérrimo gracias al cuadro que pintó por encargo el gran Pablo Picasso. Como era natural, nadie pudo responderme a la pregunta. Les presenté, por ejemplo, la publicación de José María Maldonado acerca del bombardeo sobre la ciudad aragonesa de Alcañiz y lo interesante que resultaba que todas las partes en conflicto trataran de soterrarlo de algún modo, uno de los alumnos me dijo al finalizar que conocía la ciudad por el campeonato de motociclismo, otra estudiante italiana me dijo que le había sorprendido que hubieran sido aviones italianos; lo que quería decirles con ello es que hay que ir un poco más allá de las artes, cualquiera que estas sean, para conocer la realidad y que a un filólogo no le vendría mal leer libros de historia, investigaciones, testimonios. Alcañiz no tuvo un Picasso, pero tenía un libro estupendo. ¿Cómo logré conocer el libro de José María Maldonado? Gracias a otro José, no María, sino Manuel, también escritor pero apellidado Soriano, que me lo prestó al hablarle yo de una novela que pensaba escribir a partir de una historia real ocurrida en la ciudad alemana en la que vivo. Una memoria me llevó a la otra.
Fui presentando libro a libro las temáticas que trataban y las metáforas que escondían en su interior para abordar el tema del pasado, les hablé de los arboglifos vascos en Bernardo Atxaga, del silencio que hay antes de un testimonio y que origina La voz dormida de Dulce Chacón, del poder de un lápiz para Manuel Rivas y de lo mal que arden los libros, de la pasión por la literatura de John Dos Passos en Enterrar a los muertos de Ignacio Martínez de Pisón, de la relación entre familia y memoria en las historias de Rafael Sánchez Mazas y de Manuel Mena de Soldados de Salamina y El Monarca de las sombras de Javier Cercas, también les hablé de Anatomía de un instante, de El impostor y de la ponencia que hizo Benito Bermejo en nuestra universidad y en la que apenas hubimos cinco o seis asistentes y de que sin Benito Bermejo no existiría la novela de El impostor porque jamás se hubiera descubierto la impostura, de La velocidad de la luz y de lo que era hacerse preguntas a la hora de escribir un libro, y de lo importante que era también hacerse esas preguntas se escribiera o no se escribieran libros. En mi defensa alegaré que es propio del método alemán centrarse en la evolución de un autor y su obra y estudiarla a fondo y como era mi ponencia, pues les hablé de Cercas que es uno de mis autores predilectos en este sentido, también les dije que Cercas fue amigo de Bolaño y de la cita en Stockton y de David Trueba y sus columnas de opinión en El País y de las de Montero Glez en eldiario y la calidad de su prosa. También les hablé de los cuentos de Los girasoles ciegos y del capitán Alegría desertando un día antes de que termine la guerra, de Isaac Rosa riéndose de sí mismo en Otra maldita novela sobre la guerra civil y de su segunda novela El vano ayer y de las novelas corales como Nuestra epopeya de Manuel Longares o Las voces del Pamano de Jaume Cabré o de la guerra del Riff en Carta blanca de Lorenzo Silva. Eran los libros que tenía en casa y que había acumulado a lo largo de los años, por gusto, por interés, por recomendación, por casualidad; las bibliotecas nunca tienen fin.
Como colofón leí un texto de mi autoría que no tiene mayor importancia y con el que les hice pasar un buen rato, a juzgar por las risas, y en el que hablaba de mi vida como español en Alemania.
Pues los que te leemos también hemos disfrutado! 😊
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Gracias Esther, por leer y por comentar.
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Es un texto magnífico, Fernando; con el que, además, se aprende y se invita a aprender. Fernancidades, querido.
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