Confesión de una extraña parafilia lectora

Tengo una extraña afición, una parafilia lectora que es hora de confesar. Hace años que leo los informes policiales de la prensa digital local de la ciudad alemana en la que vivo y que es más pequeña que un barrio de Madrid; el redactor o la redactora, quizá sea un equipo, es un genio. Todo empezó un día en el que se produjo el desalojo de la estación por una mochila sospechosa y que, al cabo, resultó ser una falsa alarma. Aquella tarde escuché decir a uno de los transeúntes que iba a consultar en el móvil si las autoridades habían dado un aviso en la página de la radio local y yo, por osmosis o por puro instinto gregario ante el peligro, hice lo mismo. Aquel hombre, del que solo recuerdo el bigote canoso y las mangas desgastadas de su abrigo, estaba en lo cierto. En la página se explicaba que estaban investigando el contenido de una mochila abandonada y que, por eso, se había desalojado la estación, la cual se reabriría al público lo antes posible; se rogaba, además, paciencia y se instaba a mantenerse alejado de las inmediaciones.

El problema vino cuando seguí leyendo el resto de noticias que se referían a los días anteriores, eran auténticos microrrelatos asépticos, repletos de ironía y exactitud pericial sobre hurtos, robos, pintadas, accidentes de tráfico, episodios de violencia esporádica alcoholizada y pérdidas de objetos o animales en los que se pedía la colaboración de algún testigo presencial o persona que tuviera alguna información al respecto. Se detallaba, y se detallan, en ellos la cuantía del daño provocado, con lo que uno se podía y se puede hacer una idea de la gravedad de los hechos.

Lo último que hago antes de irme a dormir es leerlos y recrear e imaginarme las escenas descritas en los informes. Las últimas que leí anoche las protagonizaban un hombre que había intentando robar una camiseta de la marca Calvin Klein y unas zapatillas en el equivalente alemán de El Corte inglés y al que el vigilante de seguridad lo había descubierto; un joven ebrio al que no le gustaba que la discoteca tuviera que cerrar -así lo describía el informe- y que, por ello, le propinaba un cabezazo al puerta del local; o la noticia más impresionante de todas: una mujer de unos treinta y tantos años que, de madrugada, había estrellado su coche contra otro aparcado en la calle y, debido al choque, había atravesado el muro de una vivienda. No contenta con el estropicio, se daba a la fuga sin percatarse de que se le había caído una de las matrículas en el lugar de los hechos y que, debido a aquel detalle, los agentes dieron con ella a los pocos minutos y le hicieron una prueba de alcoholemia en la que terminaría por dar la nada desdeñable cifra de 2,64; la noticia concluía con la retirada del carnet de conducir de la protagonista y múltiples denuncias. Se suele decir que una mala noche la tiene cualquiera, pero la de aquella mujer había sido proverbial en cuanto al cumplimiento de las leyes murphianas. Pensé en la terrible resaca que tendría la treintañera al día siguiente y en si es que el hombre de la camiseta de Calvin Klein y ella habrían tenido una cita y la cosa no hubiera terminado bien, y él se habría quedado en la discoteca y también fuera el del cabezazo al puerta, y ella se habría marchado a casa borracha y desilusionada, prometiéndose que era la última vez que cogía el coche así.

¿Quién necesita Netflix?

 

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6 comentarios en “Confesión de una extraña parafilia lectora

  1. Aquí el dicho de: «la realidad supera la ficción» viene como anillo al dedo. En realidad es tu imaginación la que supera cualquier serie de Netflix y hace que esos informes sean tan reales. A mí, por ejemplo, me encanta imaginar la historia que habrá detrás de cada lucecita que asoma por una ventana.

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    • Gracias por leer y por el comentario, Elia. Un hermano mío suele decir, no sé si citando a alguien (de cuyo nombre no quiero -logro- acordarme), que «la realidad es un subgénero de la ficción»; no le falta razón.

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  2. Eres un escritor, no vale darle vueltas. Hay que aceptarlo como hay que aceptar la realidad de que te va a nacer un sobrino o que tienes una miopía galopante. Tus textos atrapan desde las primeras lineas y caemos en ellos como moscas. Yo te seguiré leyendo, preferiblemente por las mañanas, cuando todavía es de noche, que es un momento íntimo. Y me gustaría saber que vives de ello. Aunque estoy convencida de que ya vives de ello…

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    • Muchísimas gracias por el comentario, S.SUE. Palabras como las tuyas suponen un acicate y una inyección de ánimo. La vida siempre es una cuestión de preposiciones, hay que vivir «por y para» ello para lograr algún día vivir «de» ello. Mi trabajo siempre ha tenido que ver con las palabras; nada me gustaría más que alcanzar esa preposición. «Escritor» es algo que te tienen que llamar los demás, es algo que has hecho tú, como decía Bukowski, «no seas de esos que se llaman a sí mismo escritores». Gracias por pasarte a leer cuando quieras, por las mañanas de noche es un gran momento para leer.

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  3. Aún no controlo bien los recovecos del WordPress y acabo de ver tu contestación. Lo cierto es que cada vez me aburren más los periódicos y encuentro más placer en leer a otros solitarios enamorados de la palabra como yo, especialmente de madrugada, cuando lo que uno lee tiene más espacio para resonar en el cerebro.

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