El embrujo

Sin libros nunca habría dejado de ser yo. En el silencio caben todas las palabras. Los libros son montones de silencio hechos de palabras. Palabras en un orden concreto, silencios encaminados desde un lugar remoto. Un libro es algo que siempre está dejando de ser, como la arena del reloj de arena del poema de Borges, con esa prisa tan humana.
El libro cambia dependiendo de las manos que lo sujeten, que es como querer decir de los ojos que lo lean: el libro deja de ser el libro que fue para convertirse en la sustancia material de la imaginación de su lector. Las manos y los ojos, el tacto y la mirada, los lugares del tiempo. El libro es siempre otro, incluso aunque el lector sea el mismo, como el río de la metáfora de Heráclito.
El libro es la abstracción y el objeto, igual que un cuerpo son los sueños que produjo en sí mismo y en los demás, el interior de aire que queda en los cristales y que contiene todas las posibilidades que se dibujan en la luz.
Leer es cederse al embrujo de una extraña compañía ausente en el silencio, un otorgamiento de desaparición.

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