Hace poco iba caminando por la calle, valga la redundancia, por la ciudad alemana en la que vivo y vi el interior de una habitación que parecía ser un estudio colmado de libros. Aunque me dirigía a otro lugar y solo fueron dos o tres segundos de visión, si es que se pudiera llamar así a pasar a toda prisa por delante de la ventana de una casa, sentí una instantánea paz interior, recordé las palabras de Borges acerca de su idea del paraíso como algún tipo de biblioteca. Los anaqueles estaban tan atestados de libros que terminaban por extenderse como telarañas sobre las mesas, se acumulaban en el interior de la habitación como las dunas de un desierto sobre los confines del horizonte. La luz del monitor de un ordenador encendido en la oscuridad daba a la estancia un leve trazo de onirismo azul, como si las pilas de libros albergaran el espacio y no al contrario.
¿Por qué me había hecho feliz la visión de aquella habitación y, todavía unos días después, también lo sigue haciendo su recuerdo? Quizá porque aquellos anaqueles eran el reflejo de otros lectores y, en el fondo, de las personas que más quiero y respeto, de las personas de las que más he aprendido a lo largo de mi vida, testigos de las mejores conversaciones, de la conciencia y de la necesidad de silencio, y en la visión de aquella habitación estaban todas las habitaciones en las que había leído un día y estaban todas las habitaciones de aquellas personas que tanto quiero y tanto me importan.
De algún modo llegué a saber, o llego a saber ahora al escribir y al tratar de responder a aquella pregunta con forma de sensación, que aquellos anaqueles nos acompañarían el resto de nuestras vidas, como una extensión de nuestros cuerpos o nuestros espíritus y que en aquella habitación no solo había libros.
Tantas vidas como libros; tantos seres como los que las restituyeron, las abandonaron y las reinterpretaron. La lectura multiplica exponencialmente la vida y lo hace en silencio o recogida en la calidez de la conversación íntima. Basta una luz y un escaño para vivir, aunque también se muera para luego revivir. Cada libro es una autopsia y él mismo forense. ¿Cuántos fénix habitan en nosotros?
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«La lectura multiplica exponencialmente la vida», no puedo estar más de acuerdo. Foregracias por el comentario.
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Me encanta la forma en que construyes las frases. Me recuerdan un poco, por su sensibilidad, nostalgia y, sin querer comparar, a la forma de escritura de Eloy Moreno. Cuando termine el libro que tengo entre manos, quiero leer tú novela, la cual me encantaría me dedicaras ;).
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Elia, gracias por tu comentario. Eloy Moreno es un autor al que admiro y cuya primera novela El bolígrafo de gel verde reseñé hace muchos años, cuando yo mismo escribía de forma algo distinta a la que lo hago ahora: https://fernandojpalaciosleon.com/2012/03/04/el-perdedor-de-boligrafos/
Si me pasas tu dirección de correo electrónico, hablamos sobre lo del envío del ejemplar firmado. Un abrazo.
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He leído los 3 libros de Eloy y me han encantado. Me quedo con «El Regalo», aunque como bien dices en tu reseña, con todos me he quedado tocada y hundida. Deseando de que llegue Febrero para que salga el próximo ;).
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Te acabo de mandar un correo a la dirección que me has pasado. 🙂
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Me haré con él en cuanto pueda. Gracias por la recomendación, le perdí un poco la vista después del primer libro, aunque he seguido su trayectoria por FB.
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