No puedo evitarlo: me fascina la capacidad de expresión concreta de lo imposible subyacente en las palabras. En particular, que el lenguaje y la imaginación den cabida a la comprensión de imágenes enigmáticas, por utilizar un adjetivo, a través de las palabras. Que la lengua sea capaz de describir, por ejemplo, la mirada de una mujer como una biblioteca de noches, una bandada de pétalos o una jauría de ternura y remordimientos. O que unas manos se tornen una tempestad de espejos en la que se refleja un cuerpo o que el recuerdo de un cuerpo se convierta en un refugio hecho con la intemperie de una brisa de verano. O que haya gente triste como los calendarios de una ciénaga, como la amargura que siempre queda oculta tras un reloj de pared o feliz como la sonrisa de una sombra, feliz como la lentitud de miel de unos labios que susurran un nombre.
Al escribir no se debe abusar de nada, pero encuentro una extraña belleza en este tipo de estructuras, una extraña belleza de árboles talados, de gotera de centro comercial recién inaugurado, que no encuentro en ninguna otra forma de expresión: me fascinan los complementos del nombre para referirse a otra cosa que, en apariencia, resulte inconexa. Es uno de mis principales pasatiempos. Todo pasatiempo, leí una vez, es un pasadizo al alma de un amor anterior.
* Posdata para el lector más crítico que hay en mí o en alguien: «alma», por cierto, es una palabra muy poco recomendable para tratar de escribir algo legible, para tratar de hacer literatura, sobre todo, después de haber (re)leído y (re)memorado un verso como «las caídas hondas de los Cristos del alma» de César Vallejo. ¿He escrito «hacer literatura»?
«Feliz como la sonrisa de una sombra», leo esta frase y tengo un cambio brusco de sentimientos. De las frases más tristes que he leído, denota soledad y tristeza.
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Gracias por leer y por el comentario, Elia. La verdad es que dependiendo del estado de ánimo, puede ser muy triste. A mí siempre me ha gustado pensar que nuestras sombras sonríen y que siempre están felices, pase lo que pase. Nunca lo sabremos…
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Muy buenos ejemplos. Casi inconscientemente, la literatura se llena de esos complementos nominales que tan estupendamente funcionan como metáforas cuando construyen una comparación (Samuel R. Levin no distinguía entre una y otra; para él, ambas eran lo mismo. Yo no estoy de acuerdo). Pero a lo que iba (como le gustaba decir a Ortega y también a Gasset). Son construcciones de grande y diverso contenido signficador. En cambio, fíjate cómo cuando esa misma construcción toma como antecedente un adjetivo, la belleza cae (o a mí me lo parece) hasta el abismo, como, por ejemplo (no cito a los autores, claro): «brillante de lejanos soles»; «cansado de nubosos días». Esta fórmula de adjetivación por medio de un complemento preposicional y que tanto prolifera entre la poesía última, además de ser superflua perífrasis, es cacofónica. Lorca y Neruda las emplean; pero eran Lorca y Neruda y tenían un qué sé yo que las embellecían: dos, respectivamente, muy célebres: «moreno de verde luna» y «hambriento de fuertes uñas».
Poesis vivax!
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Llevas razón, además es redundante, en lo de que adjetivar un adjetivo mediante un complemento preposicional es cacofónico en muchos casos e innecesario en lo semántico; como decía en el título me fascinan los complementos del nombre, como los que utiliza Cernuda en Los Placeres Prohibidos «playas de seda sobre la tempestad de un régimen caído» o «como nace un deseo sobre torres de espanto». Desconocía los ejemplos que aduces, creo que lo que les ocurre es que el significado se pierde al adjetivar un adjetivo con un sustantivo, que no es su función y, además, no tienen mucho de metafórico. Foregracias por el comentario.
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La riqueza de las palabras en cada palabra tuya. Genial, Fer
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¡Riqueza las de los lectores kafkianos! Gracias por pasarte a leer y comentar.
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