El cielo estaba tan oscuro aquella tarde que se sentía llover en blanco y negro. Los truenos parecía que fueran a partir el cielo, como si las nubes pudieran derrumbarse del modo que podría hacerlo el techo de una vieja casa, podía sentirse el inmenso silencio antes de cada estallido, el corazón, sin pretenderlo, se encogía infantil y animal con cada explosión hasta el punto de poder llegar a entender el porqué los antiguos germanos tomaron por un dios a tal estruendo.
No sé a cuento de qué, me dio por pensar en mitad del aguacero en Yákov Petróvich Goliadkin, el personaje de El doble de la novela de Dostoievski. Quizá porque hubiera preferido entonces no haberme visto obligado a cruzar la ciudad bajo la tormenta y una parte de mí se hubiera quedado de veras en casa, y yo fuera el perfil de una mano que aparta una cortina y unos ojos que mirasen la tormenta por la ventana, un débil perfil que se apartara al poco rato, oscuridad adentro, a terminar de leer una novela de Robert Walser que tenía todavía a medias mientras el incesante goteo, que para mí ha sido siempre el sonido de una soledad perfecta, golpeara con violencia los alféizares de metal y los cristales de las ventanas.
Perdido en la extraña melancolía de un acto que me era imposible, casi pisé por descuido a una enorme babosa de color marrón que trataba de cruzar de un lado a otro del camino por el que yo también transitaba. Sentí un extraño alivio. No me hubiera perdonado terminar por descuido con la vida de tan afanosa criatura. Como en una revelación, como con la rapidez de los sueños que están a punto de desaparecer un segundo antes de despertar, recordé los comienzos de la novela de El doble de Dostoievski y de La metamorfosis de Kafka. Y me pareció que eran el comienzo de la misma historia, incluso que eran el mismo libro escrito en tiempos distintos y que Kafka se lo había callado durante todo aquel tiempo, como si hubiera querido guardarse para él el secreto hasta que un día, bajo el aguacero, el pensamiento de una mano que aparta una cortina y una babosa que se arrastraba tratando de cruzar de césped a césped del parque pudieran acaso desvelarlo.
Fer, hueles a poesía.
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Bonita metáfora, Elia. Mejor a eso que a otras cosas. Un abrazo.
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Es un placer leerte, chico. Dalí estaría orgulloso de aparecer escondido en tus palabras😉
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