La timidez de los árboles

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Escuché por la radio que un grupo de científicos ha acuñado el concepto de “la timidez de los árboles” para referirse al hecho de que, durante la formación de los bosques, cuando un árbol percibe que está tocando una rama que no es suya le ordena, así lo dijo el locutor, que deje de crecer para que no se toque con el ramaje colindante. Según parece, es un sistema de defensa ante un posible contagio de enfermedades que se pudieran transmitir por contacto o esa es la hipótesis científica más plausible. La noticia me extrañó por su insólita belleza.

Lo que más me sorprendió no fue que los árboles fueran capaces de tener una conducta preservadora y de reaccionar a los estímulos sensoriales, sino el nombre que le dieron los científicos a su comportamiento. Bien podrían haberlo bautizado como, “la abominación de los árboles”, “el egoísmo de los árboles”, “el repudio de los árboles” o “el sistema fronterizo inmunológico de los árboles”, sin embargo escogieron la palabra timidez.

Las palabras que se escogen para referirse a la realidad, la definen y la deforman a un mismo tiempo. Sin duda, es muy preferible y acertado que los árboles sean tímidos a odiosos o celosos de sus ramas; quizá esa sea la manera más estética posible de que los hombres, la ciencia o las palabras, puedan determinar y entender la existencia de los bosques. Pero, ¿existen los bosques? ¿Son conscientes los árboles de que existen los bosques? ¿A partir de cuántos árboles se puede llamar bosque a un lugar? ¿Treinta y seis, treinta y nueve, setenta, setenta y ocho, ochenta y seis, ciento cincuenta y cinco árboles? ¿Qué parte del árbol es la que piensa y la que decide que las ramas dejen de crecer? ¿Las raíces, el tronco, las propias ramas? ¿Perciben los árboles el peso de los nidos de los pájaros? ¿O es que el árbol no decide nada por sí mismo, y crece y crece mientras puede hasta que son las ramas del árbol colindante las que lo detienen con una posible amenaza de contagio? Quién sabe.

Si fuera científico, propondría el concepto de “la intimidad de las raíces” ya que son ellas las que forman los bosques y no tienen problemas en urdirse y entrelazarse en su amorosa y dulce raigambre bajo tierra, abrazadas en lo oculto unas con otras sin dejar de crecer y de nutrirse; siempre y cuando la tierra sea fértil.

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