Entre las muchas formas de comprender un proceso lógico, la mayoría de los seres humanos prefiere, preferimos -me incluyo-, la catártica a la deductiva, la exacerbación emocional al razonamiento pausado.
Mis frases favoritas son algo así como: la verdad es que no sé qué pensar o no sé qué hacer todavía, déjame pensar.
Desconfío de los que tienen las cosas claras, de los que no se alteran nunca ni cambian de opinión, de los que intentan convencerme de cualquier punto de vista sin una argumentación, de los que dicen porque sí y punto, de los que apelan a la mayoría cuando coincide con su criterio, de los que saben cómo son las cosas porque solo son capaces de tener una opinión inamovible, del conmigo o contra mí, de los que no saben que son lo que dicen porque son lo que piensan tras la siempre conjunción adversativa que precede a sus barbaridades. Desconfío, sobre todo, de los que no son capaces de reconocer un error y escudan su comportamiento en sus circunstancias, desconfío de la atención que se presta a los que llaman la atención. En un momento dado soy capaz de desconfiar hasta de lo que pienso y de por qué lo pienso, de lo que siento y del origen de lo que siento. Basta de prolegómenos.
El asesinato de un niño a sangre fría es algo atroz, repulsivo e inclasificable sin visos o posibilidad de adversativo alguno. La ocultación a conciencia del cadáver y el paripé de los últimos días son de un hijoputismo digno de literatura psiquiátrica y nombre de síndrome psicopático. La gente pide, y no le falta razón, la cadena perpetua, bajo el eufemismo de pena permanente revisable, para la asesina confesa. Ante estos casos me encuentro en los umbrales de la moral y de la ética, del interrogante que me plantea la posible pérdida, al menos a mis ojos, de la condición de ser humano de la asesina. En tales momentos me alegro de que España sea un Estado de Derecho y de que las leyes estén por encima de las voluntades individuales, eso y no otra cosa es la justicia. Y es en este punto en el que surge el adversativo como un tsunami en mi pensamiento: ¿se podría haber evitado, de algún modo, el asesinato del niño?
Ya hubo una muerte, también alrededor de las mismas fechas unos años atrás, relacionada con una de las propias hijas de la hoy asesina confesa. Se archivó el caso, la policía concluyó que fue una muerte accidental y a la asesina confesa no se le tomó declaración, al parecer, porque se encontraba presa de un ataque de nervios, qué casualidad. Yo me pregunto cuánto duran los ataques de nervios y si en algún momento posterior se le habría podido tomar declaración y se hubiera podido dilucidar aquel incidente que ahora, décadas después, se reabre, y si en caso de que se demuestre que la asesina confesa tuvo que ver con aquella muerte, yo me pregunto: ¿no se cometió un error entonces? ¿No debería ya haber estado en la cárcel la asesina confesa? ¿No estaría vivo hoy el niño asesinado? Nunca lo sabremos. La única culpable del asesinato es la asesina, pero no dejo de pensar en la posibilidad de que otros muchos asesinos se hayan ido de rositas y sigan sueltos, y de si no es responsabilidad también de toda la sociedad que las fuerzas de seguridad del Estado cuenten con todos los medios a su alcance para dilucidar de la forma más científica posible cualquier tipo de muerte accidental en extrañas circunstancias. Me pregunto si las negligencias de ayer, no son los lodos de hoy. Y me pregunto si no es igual de importante o más que la cadena perpetua, dotar a la policía de cualquier parte del territorio de todos los medios científicos al alcance para que una vida valga igual en Burgos, en Madrid o en la pedanía más recóndita del país. ¿Qué es más justo, que se condene a la asesina confesa de por vida o, caso de que se demuestre que la primera niña fue también asesinada, que se la hubiera condenado antes y que no hubiera tenido la posibilidad de reincidir? ¿No disuade más saber que no existe el crimen perfecto porque la policía es eficiente y va a terminar deteniendo al asesino más tarde o más temprano, como ha sido el caso actual, que creerse por encima del bien y del mal durante años y volver a reincidir, como parece que ha ocurrido con la actitud de la asesina confesa? Qué más da ahora que se la condene de por vida, lo importante es que se ha arrebatado la vida a una persona inocente y podría haber sido evitado. Eso ya no tiene solución y la podría haber tenido. Me quedo, y esto también conviene subrayarlo, con la solidaridad de cada uno de los voluntarios, con cada muestra de cariño anónima y con la profesionalidad de la Guardia Civil.
Cada fallo de la justicia, cada sentencia por asesinato es la asunción de un fracaso común como sociedad, mucho más si el asesinato es evitable. Para evitar dolores y catarsis futuras, lo mejor es invertir en ciencia. Digo esto porque no he visto a nadie reivindicar mejores dotaciones científicas, más inversión económica para la creación de mejores equipos de investigadores para que este tipo de casos no se vuelvan a repetir. Quién sabe la de muertes que podrían dilucidar, disuadir y, de ese modo, evitar.
Sin embargo, se prefiere el postureo o, lo que es peor, la difusión de bulos.