Me pides un poema,
a mí que sólo soy un hombre
mortal,
perecedero y prescindible
perecedero y prescindible
y tú, que eres el resto de las cosas,
me crees capaz acaso de escribirlo
me crees capaz acaso de escribirlo
de darte unas palabras parecidas
a lo que crees que siento.
Tú,
la brisa en que se rompen los inviernos
la toda luz y toda noche,
la toda luz y toda noche,
el deseo y los sueños,
la quimera posible hecha ya carne
la quimera posible hecha ya carne
mujer de blancura,
de inocencia
como el rostro de un niño tras el llanto,
tierna como una flor tronchada por la lluvia
amapola y tormenta de verano,
luna siempre presente y misteriosa,
cenit lejano en la mirada
cenit lejano en la mirada
azul de mar que rompe el horizonte,
mano y camino
que buscan mis latidos
sin encontrarte nunca o sólo a veces,
porque el amor
es esa búsqueda de ti que huye
de mi cuerpo
acabando en tu cuerpo,
destino o mar o meta
abrazo y refugio donde desaparece la ruindad del mundo.
Yo sólo un hombre
y tú,
el resto de las cosas.
Sin duda, el mejor regalo, el más bonito, el más sincero, el único capaz de emocionarme.
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