«Into the flood again,
Same old trip it was back then,
So I made a big mistake,
Try to see it once my way.
Am I wrong
have I run too far to get home?
Am I Gone?
And Left You Here Alone
If I Would Could You?.»
Would, Alice in Chains.
Cada vez que se despertaba sentía la décima de segundo. La décima de segundo que se encuentra en un lugar inconcreto entre la mirada y el pecho, quizás donde se refugia el alma en los hombres, si es que tenemos un alma. Debemos de tenerla si hay una palabra que la designa.
Esa décima de segundo que transcurre entre la consciencia y la memoria era el único reducto de felicidad que quedaba en su vida, pues en aquel momento breve y fugaz, todo se encontraba en su sitio. Las personas queridas vivas en sus casas, el amor presente como una luz inmortal inundando la sangre, la ausencia de la decepción y de culpa, y el arrepentimiento algo imposible, lejano e inimaginable como la muerte a los ojos de un niño.
Y al regresar a su memoria, a su culpa, a los recuerdos de las personas que ya no están presente y a las que no quieren estarlo, comprendía lo que empujaba a algunos hombres y mujeres a su propio precipicio.
El espejo, pensaba, es una forma de precipicio en el que siempre estamos cayendo, la distancia que se hace más corta cada día entre nuestro cuerpo vivo y el desaparecido. El mar de silencio que guarda cada persona en su interior, duro como una piedra, oscuro como la noche, incomprensible, anterior y complicado como una lengua muerta de la que ya no quedan hablantes, todo choca contra el cristal y el cristal con nuestra mirada, ajena a nosotros mismos.
Y sin embargo, esa décima de segundo en la que todo permanece inalterable era capaz de alzarse contra el resto de su vida, del mismo modo que un rayo ilumina el cielo por entero el horizonte durante un instante. Mezclando su propia voz con la de un desconocido que quiere convencerle de seguir viviendo, de que hay cosas en la vida que tienen valor, y que es necesario perderlas para poder valorarlas.
Necesario, repetía, es necesario perder las cosas.
Dejar de ser un niño, para saber lo que fue serlo. Dejar atrás la adolescencia y su arrogante mirada prometeica. ¿Abandonarlo todo, huir, para acabar llegando a casa de nuevo?
Regresar…Regresar…Siempre regresando, y cada vez más lejos.