«En la luz que sonríe para nadie», un verso de Octavio Paz y otros pensamientos anexos

A todos los que me han escrito para que volviera
durante el silencio y la ausencia estivales.

Sufro la extrañeza de estar encerrado en la imagen de un verso de Octavio Paz que, en un principio, cumplía todos los requisitos para que no me gustara nada. De los versos que me atrapan pienso siempre en escribir una novela a partir de ellos, como si así justificara parte del embrujo que me provocan. En la luz que sonríe para nadie es uno de esos versos a los que me refiero. Se supone que Octavio Paz querría con él describir el otoño, yo creo que habla de otra cosa aunque no sepa ponerle nombre. Las personificaciones siempre me han parecido un recurso manido, pretencioso o grandilocuente. Qué sé yo, uno podría escribir siempre: la luna mira con sus ojos grises, el cielo sangra oscuras nubes negras, el mar abraza aún aquellos sueños rotos, hay una espera ausente en cada vaso, etcétera…
Quizá sea la sensación de indefensión e inutilidad de la hermosura de esa luz que se da para no ser vista lo que mantiene extático al verso en la contemplación de mis pensamientos, si es que se puede llamar así al hecho de pensar en el ignoto origen de lo que nos resulte increíblemente bello, o el hiato en la sexta sílaba, tan hermoso y bien traído como aquel narrador del relato de boxeo de Cortázar que lo cuenta todo postrado en una cama y habla sobre su vida como si lo hiciera con un amigo, en un diálogo interior. Camina uno luego por el parque o la ciudad, lo mismo da, y no quisiera ser Kyselak aunque lo sea tanto y tan de seguido. Kyselak, aquel funcionario de registro menospreciador de las masas, del libro Danubio de Claudio Magris. Uno quiere dejar de ser Kyselak, tan incomprendido y solo, y anhela de verdad convertirse en nadie, en ese nadie que mira la luz que sonríe de Octavio Paz o que escucha lo que cuenta el boxeador de Cortázar a los pies de la cama, aunque vivamos en el kyselakismo, una época de «estandarizada altanería» como lo definía Magris.
O si lo pienso bien, esa luz que sonríe para nadie era, con seguridad, la que alumbraba aquellas tardes de transistor y de hermanita (que es la palabra que se utiliza para enfermera en el cuento) y de noches mirando al techo del boxeador de Cortázar.

Revolver preciosidades es uno de los aspectos más placenteros que tiene la lectura. Un buen tema, quizás, para En la luz que sonríe para nadie.

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