
Traducir el relato que acaba de ver la luz este mes y que llegará a las librerías de toda España dentro de poco, ha sido una de las experiencias más instructivas como filólogo, traductor y, por qué no decirlo, también como narrador. Al traducir a Heine durante los meses de verano y septiembre de 2013, comprendí lo fundamental que es el estilo y la ironía a la hora de narrar.
Traducir es mucho más intenso que leer, es comprender un texto en todos sus matices y con todas las consecuencias; y es que una traducción no se termina nunca del todo, como una novela o un poema, siempre se puede volver a revisar y retocar un matiz, un verbo, un adjetivo más adecuado, más fidedigno. Sin la traducción de este relato, por ejemplo, yo nunca hubiera podido escribir Una hora menos, nunca hubiera hallado la voz del narrador con el toque de sinceridad, ironía y libertad necesarios para afrontar la historia que sabía que quería escribir… y eso que ya creía que era conocedor de la obra de Heine y había leído la mayoría de sus textos en prosa.
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Portada basada en Don Quijote leyendo libros de Adolph Schrödter, cuadro que
impresionó a Heine en el barrio de Montmartre en 1834.
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En el proceso de corrección del texto y en la escritura de la introducción a lo largo del pasado 2014, mientras participaba asimismo en el proceso de edición de Una hora menos, he aprendido a valorar dos cosas: la profesión de filólogo, antes no era consciente de la importancia de las herramientas que tenía a mi alcance y que me enseñaron a poner en práctica en la carrera, y lo importante que es contar con un equipo editor profesional que trabaja con el resultado final en mente y con un sentido estético que salta a la vista.
De las memorias del señor de Schnabelewopski,