La huella lejana

Decía Bécquer que él sólo podía escribir una vez que había sentido. Estoy de acuerdo, como tantas otras veces y en otras cosas con él, y llevo dándole vueltas a ese pensamiento desde hace mucho tiempo, pues  me siento bastante incapaz de seguir con muchos de los proyectos personales que emprendo, y lo voy dejando todo a medio terminar, tengo un montón de libros escritos con el pensamiento que están esperando ver la luz, mi luz al menos o la del flexo de la mesa donde paso las horas muertas, y transfigurarse de lo invisible a lo visible, susurrándome al oído cada hora su malestar por no poder nacer, como esos cuadernos llenos de bocetos y dibujos de los pintores. Es como si siempre mi propia vida se cruzase en el camino de lo que estoy haciendo para emborronarlo todo de incertidumbre, de dudas, de trabas, y no acierto a huir de lo que me ocurre para encerrarme con lo que quiero hacer, y así pasan los días, los meses, los años… Como una distancia sobre mí mismo más allá de las cifras.

Uno conoce mejor cualquier camino una vez que lo ha transitado y lo ha dejado atrás, pasa lo mismo al escribir y al leer. Del mismo modo, decía Bécquer, que es más importante el recuerdo que deja un libro al leerlo que el libro mismo. La memoria es caprichosa y tiene una afectada carga de vanidad en cada uno de nosotros, normalmente recordamos mejor y con mejor quiero decir más nítidamente, todo aquello que nos proporcionó un placer inigualable, lo inolvidable suele ser muy placentero.

Escribir, ese verbo que significa todo aparte, estúpidamente manido en tantas ocasiones. Tiene algo de recluso solitario, de travesía desértica hacia lo desconocido, de minero buscando en la entraña de la piedra, de esquizoide, de persona partida en dos dialogando con su pensamiento y una tercera persona invisible, ¿nosotros mismos? Nunca sabes lo que vas a escribir, sabes de dónde partes y adónde quieres ir pero no lo que vas a encontrar de ti mismo ahí abajo. Si supiera lo que voy a escribir de antemano, no tendría ningún misterio para mí y seguramente dejaría de hacerlo, pues perdería su sentido, aunque escribir es siempre un acto involuntario, si se hace de verdad. Y cada vez tengo más certeza de qué les ha pasado a los grandes maestros que dejaron obras tremendas detrás de sí mismos, o quizás dudo más de su voluntariedad en la concepción de sus obras, se dejaron llevar y arrastrar por su propio pensamiento, con una intención estética y terminaron diciéndose de todo con el papel, cada uno a su manera, y todos con cada una de sus lecturas y la vida que les tocó. Toda literatura es autobiográfica, porque el mero hecho de escribir habiendo heredado las palabras, lo es, lo mismo que soñar depende de la vida. No sé qué es lo que estoy queriendo decir, pero cada vez estoy más cerca del principio. Para escribir hay que partir de una huella, y cuánto más profunda y más lejana, tanto mejor.

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