¿Para qué?

No importa que la ames y la hayas amado durante horas en silencio, con todo tu silencio, no escuchará como pronuncias su nombre sin necesidad de otra voz que tu propio pensamiento, cada día de la semana, cada hora que permaneces despierto, cada sueño que dibujas con su imagen mientras duermes. No dejas de traerla hacia ti, y nunca termina de llegar.

A nadie le importa que sea viernes por la noche, que te quedes solo en casa y no quieras salir a ningún lado, la gente, las otras voces te preguntarán qué tal, y tú mentirás, mentirás como siempre que has estado mal y dirás que bien, ella jamás será consciente de todo lo que provoca dentro de ti.
La honestidad no conoce la tristeza, nos han educado para no molestar demasiado. Sólo puedes hablar contigo mismo y a veces ni siquiera, como herida que se cubre, huyes de ti mismo. Y qué otra cosa haces por el mundo que pasear tu tristeza por todas partes, por las carreteras por las que conduces, por las aceras que pisas, por los verdes jardines donde no pisa nadie, por las escaleras de los edificios y los charcos de las calles, entre los coches aparcados en fila, las estanterías de libros, las panaderías, las cafeterías. La verdad solo cabe en el silencio o en una canción, en ti, lejos dentro de ti o en lo que seas capaz de decirte. Si lo escribes tú, sólo puedes verlo desde fuera, si lo lees, ya estás a años luz. ¿Por qué no terminas nunca de decirlo?
¿Cuántas veces te has sentido como una de esas flores que crecen en el arcén de la carretera? ¿Cuántas noches vas a seguir hablándole a las estrellas?
¿Para qué?