Asomado al cráter

Hay una idea de Javier Cercas que no me deja vivir, ni morir, tranquilo.

En su última novela, El impostor, (como ya sugiriera en La velocidad de la luz, Bob Dylan mediante: quien no está ocupado en vivir, está ocupado en morir) afirma que «la ficción salva, la realidad mata». Yo que estoy eternamente ocupado en leer, ni vivo, ni muero o las dos cosas a la vez. La ficción y la realidad, la vida y la muerte o la muerte y la vida, ocuparse en hacer o en imaginar. ¿Y el lector? Leer, es vivir y morir al mismo tiempo, el lector es un ser frágil, temporal y sempiterno, como un filólogo o las olas del mar. ¿Lo que se lee se vive o se muere (si es que morir puede ser un verbo transitivo)? Las bibliotecas se me antojan lugares terribles, llenos de muerte, silenciosos gritos de desesperación con forma de filas de libros en los estantes, algo así como el cementerio de los pensamientos, la historia de los fracasos incesantes de la realidad.

Vengo a escribir porque estoy tratando de encontrar la voz para un artículo que tengo que redactar sobre Heinrich Böll, el escritor alemán que más admiro y al que más le debo a la hora de sentarme a escribir (egotismo aparte) y la idea de Cercas es como un cráter en mi pensamiento, un cráter del tamaño del que dicen que extinguió a los dinosaurios. ¿Encontrar la voz? Si tengo que encontrar la voz, me digo, si tengo que encontrar una voz para escribir es que estoy dentro de la ficción, lo cual es lícito, la literatura es una madre adúltera, oí decir hace poco: la ficción salva.

Pero si escribes para salvarte es que estás muerto. Percatarse del estado mortuorio, es decir, darse cuenta de que la realidad no te sirve es algo terrible, es algo terrible y maravilloso al mismo tiempo, como un museo ardiendo o regresar a una ciudad en la que has vivido a lo Erich Kästner y Dresden.

Después de mucho pensarlo he llegado a la conclusión de que la idea de Cercas tiene trampa, la ficción salva y la realidad mata, sin la coma de por medio, dice Cercas: «Yo enamoré a mi mujer haciéndole creer que era escritor y al final tuve que hacerme escritor para que se quedase conmigo». Página 395, El impostor.