Por cambiar de tercio, que dicen en el abominable, cruel, aunque eso sí, sabio en cuanto a la aportación de refranes de uso cotidiano al castellano, mundo del toreo. He decidido traer de nuevo a la luz un pequeñísimo ensayo que hice hace tiempo para una asignatura de mi ya terminada, difunta y extinta carrera Filología Alemana, tenía por nombre Grandes Narradores Alemanes. Y fue una de las asignaturas con las que más he disfrutado, por la amplitud de miras con la que se trataba la lectura y la literatura, al someterla bajo el estudio de varios aspectos. Me enseñó a fijarme que en los detalles reside el verdadero estilo y la intención de los autores, y ser capaz de poner por escrito nuestra mirada crítica con límite de páginas, importante detalle que obligaba a sintetizar.
A veces se echan de menos cosas que jamás podrías imaginar, como el escribir aquellos trabajos obligatorios, que te abocaban a lecturas durante días en los autobuses y los trenes libreta en mano, a horas de reflexión sobre un aspecto, a café, a madrugada y silencio bajo el flexo…
Al toro:
Reflexiones sobre la ironía. Jean Paul, Stifter y Thomas Mann.
La principal ironía de la vida es saber que existe un final, y que nunca vamos a saber cuándo
llegará hasta el momento que llegue. La conciencia de ese final nos disloca, nos saca del sitio en el que estamos, para pensar en el que estaremos cuando no estemos, porque ya hayamos desaparecido.
Esta conciencia dual de lo posible y lo imposible aunada a un mismo tiempo, es lo que sustenta
cualquier concepto de ironía. Desde el «sólo sé que no sé nada» de Socrates, hasta la última página que haya escrito Thomas Mann.
La ironía se puede abarcar desde varios puntos de vista, no existe una ironía única, uniforme y
unidimensional, sino que es una base del conocimiento propiamente irónica. Como si se tratara de alcanzar la luna caminando hacia ella, siguiendo su estela. La propia conciencia de lo infinito dentro de nuestro pensamiento, convierte a nuestra propia manera de pensar en un galimatías indescifrable.
¿Si existe lo infinito, existe lo finito? Sócrates dio una respuesta ya en la antigüedad clásica a esa pregunta, el conocimiento es algo finito para un hombre, pero infinito en sí mismo, puesto que siempre se puede saber más. Es algo que cabe en nosotros, pero como nuestra capacidad es limitada, no podemos abarcarlo en su totalidad. Por lo tanto: «Sólo sé, que no sé nada».
Todo conocimiento se basa en la percepción, y hay tantas maneras de percibir, como personas en el mundo. Sin embargo, el conocimiento científico presupone unas leyes materiales, que de
momento no se han podido transgredir. La memoria es la base del conocimiento, sabemos las cosas porque podemos recordarlas, asociarlas o dejarlas por escrito (creando memoria) para que otros las lean y las pongan en práctica. De ese modo memorial se vale la ciencia actual para seguir su evolución imparable, dejando testimonios y leyes empíricamente demostrables, como decía Bécquer «sin saber a do camina».
En el caso de la literatura, la memoria utilizada es otra y la percepción de esa memoria que
construye el lector es completamente diferente, dependiendo de quién lea qué libro. Los escritores por lo tanto, son una especie de acumuladores de percepción, y por lo tanto de conocimiento a través de las palabras. Cada obra es revivida de manera diferente cuando alguien la lee, incluso una misma persona puede leer una misma obra dos veces, y no verla de la misma forma, dependiendo de su propio bagaje y experiencia cultural y vital. Lo cual no deja de ser irónico.
Hasta hace escasamente cuatrocientos años, ha sido un testimonio pautado de una forma
determinada de contar las cosas, una ciencia que podía aprenderse a través de la imitación.
Sin embargo, gracias al humanismo, se produjo una explosión de la subjetividad que ha dado lugar a las formas más variopintas de entender el mundo, siempre a través de la mirada del hombre, de su tiempo y de su espacio.
Los grandes escritores, al menos para mí, son aquellos que han sabido hacer de su propia
percepción un lugar único en el universo, de manera que son capaces de sentirlo todo y de intentar comprender de alguna forma, la verdadera esencia que se esconde detrás de las cosas y la verdadera esencia de lo humano en cualquier lugar. No deja de ser irónico que en la literatura medieval aparecieran dragones y nadie en el mundo los hubiera visto, de alguna forma esos dragones existían ya en el hombre como símbolo del peligro, como conciencia imaginativa y asociativa de los peligros y las diatribas naturales de la vida. Los dientes, las garras, la piel dura de una serpiente, el fuego, el tamaño descomunal y la presencia imprevista, todo ello son símbolos de aquello que puede acabar con nuestra vida en la propia naturaleza. De hecho la mitología surge en cualquier cultura, como explicación paradigmática a los problemas y disfrutes de cada comunidad. En todas las mitologías que se precie hay amor, muerte, resurrección, reencarnación, anhelos y juicios que hagan sentir especialmente buenos a los que cumplan con la norma prescrita, o muy malos a los que la incumplimos.
La Ironía Romántica , el concepto de Ironía Romántica, surge cuando un grupo de escritores y
pensadores alemanes a lo largo del final del siglo XVIII hasta mitad del XIX toma conciencia de
que la percepción es algo tan subjetivo, que cualquier percepción se torna infinitamente subjetiva, y que al convertirse el mundo en un mundo subjetivo, la realidad en una sola realidad, o en millones de realidades, en el fondo, puede uno proclamar la existencia de la nada, puesto que todo lo demás es subjetivo. ¿Si todo es subjetivo, qué es la realidad?
De ahí que el concepto de genio se vea entonces elevado a la enésima potencia, pues el artista se convierte en un creador de realidades paralelas, puesto que como dijo Novalis «Alles ist Poesie», incluso nuestra propia realidad. Y en mi opinión, no iba muy desencaminado.
En cuanto a la temática de la asignatura nos encontramos a tres escritores que son ejemplos modélicos de la percepción subjetiva, a la hora de llevar a cabo una obra literaria. La ironía en Jean Paul juega un papel asociativo, cualquier cosa puede ser asociada mediante las palabras con otra nueva, en una cadena infinita y lógica. De manera que la descripción de un amanecer nos puede parecer el abrazo de dos gigantes de luz, o el palpitar del corazón de un ave que se lanza atravesando el cielo para coger algo de agua en un lago. De esta forma, el escritor se convierta en una especie de metacreador de la percepción, pues es consciente a través de la palabra de ser capaz de expresar cualquier cosa, aunque no tenga una relación aparente en un primer momento, sin embargo, por el mero hecho de poder aunar unas palabras con otras de manera entendible, estoy seguro de que para Jean Paul, ya tendrían que ver mucho entre sí. La ironía además, establece una relación directa con el humor en la obra de Jean Paul, pues cualquier objeto puede ser utilizado para un fin completamente distinto. Por ejemplo una lágrima voluntaria, para conseguir una herencia. La lágrima voluntaria sería aquí el objeto de la ironía en Jean Paul, pues el llanto es algo que surge deuna conciencia involuntaria, de los sentimientos más profundos del ser humano, y no obstante Jean Paul, juega con esa doble naturaleza que pueden esconder las cosas en su interior.
En Stifter, lo verdaderamente irónico es que las desgracias sirvan para reconciliar a unos
personajes con otros, y que sean el motor que mueve las tramas de sus narraciones y la vida de sus personajes. El hecho de utilizar lo aciago para un fin positivo, es una forma de ironizar sobre el propio destino del hombre, y su conciencia. Aquello que todo el mundo dice: «Uno no se da cuenta de lo que tiene, hasta que lo pierde».
En Thomas Mann la ironía da una vuelta de tuerca más, ya no es la multiplicidad de significados
que puedan tener los objetos, ni la capacidad de expresión que propulsa el estilo de su escritura, sino que lo verdaderamente irónico reside en la propia percepción metaliteraria que tiene el autor de su creación. Thomas Mann es lector y escritor de su obra al mismo tiempo, es músico y director de orquesta a la vez, y es actor y espectador de sus propias comedias a un mismo tiempo. De manera, que como si se tratara de un espejo frente a otro, que se multiplican las perspectivas hasta un punto que se pierde en el horizonte de la mirada del lector, y que no se puede determinar donde acaba, porque parece no acabarse nunca. Es tal la multiplicidad y variedad de fuentes en las que se basa cada texto, que únicamente se puede ser Thomas Mann una vez para entender las obras en su totalidad, y me atrevo a decir, que ni él mismo sabe a veces porque deja dar rienda suelta a determinados aspectos de su obra. Un buen ejemplo de ello es Der Tod in Venedig, donde una extraña relación entre un anciano artista decadente, y un adolescente, le vale para escribir todo un relato que tiene ver en el fondo con la propia creación de la obra de arte. Las obras de Thomas Mann, se acaban convirtiendo en algo metaliterario en mi opinión, o interdisciplinar, o simplemente en una especie de tratados del conocimiento cultural europeo en todas sus formas y peculiaridades, hecha de capiteles y mar, de frío y de sol contra las ventanas de la ciudad, y al mismo tiempo hecha de calvicie y placeres anodinos, papeles administrativos que no servirán para nada y bibliotecas donde empieza a leer un niño. Ahí es donde reside la ironía, en que todo existe al mismo tiempo. Lo sublime, y lo verdaderamente abominable y terrible.
La ironía por lo tanto es un instrumento, o mejor dicho un medio, del que se valen los escritores para unir cosas aparentemente dispares de manera que al realizarse un contraste de las cosas, se pueda alcanzar una verdad, que serían los puntos en común. Por ejemplo Thomas Mann ironiza sobre el sentido de la literatura en manos de alguien que se le antoja al lector como un desalmado, en el caso de Aschenbach en Der Tod in Venedig. También puede verse en Los Buddenbrooks todo el entramado social, que establecen las relaciones económicas dentro de una familia. En cuanto hay dinero de por medio, los sentimientos quedan a un lado. Generaciones enteras de padres e hijos se van alineando en torno de un negocio, y muriendo alrededor de él. Cualquier intento de escapatoria a ese entramado, como en el caso de Thomas significa un aíslamiento improductivo. En ese sentido la ironía se convierte en aquello que se puede decir y no se puede decir dentro de un círculo familiar, y que a la hora de decirse o de expresarse la multiplicidad de significados de una misma frase da a entender varias cosas al mismo tiempo de un solo personaje, en un solo momento.
Por lo tanto, me atrevo a afirmar, que la ironía es una forma de expresión en la que se aunan al menos dos conceptos, y al menos dos posibles significados de una misma expresión, en el que normalmente -no siempre- uno de los dos resulta infinitamente descabellado. Si se toma la obra como expresión de un autor, entonces podemos encontrarnos ante una obra irónica en cuanto al contenido, si la manera que tiene el autor de llevar a cabo su obra, lo que nos quiere decir realmente, son al menos dos cosas al mismo tiempo. De ahí la multiplicidad de lecturas que puede alcanzar una misma obra en cada época, no deja de resultar irónico por ejemplo, que se haya encumbrado en los últimas dos décadas a Der Tod in Venedig como un icono de la cultura gay, cuando lo que nos da a entender Thomas Mann en su obra, al menos desde mi punto de vista, es la verdadera decadencia del ser humano en todas sus formas.
***