Liana Castello, directora de la web de Encuentos.com me propuso la siguiente entrevista por correo electrónico, para publicarla en su página a raíz del «Ciudad de Zaragoza de Relato».
Se puede leer más abajo o en el siguiente enlace:
http://www.encuentos.com/concursos/entrevista-a-fernando-jose-palacios-leon-ganador-del-concurso-de-relatos-ciudad-de-zaragoza-de-relato/
¿Desde cuándo escribís?
Es muy difícil para mí saber cuándo empecé a escribir, supongo que desde niño. Se me daba muy mal dibujar y conservo una caligrafía pésima, desordenada e incorregible, así que refugié mi frustración expresiva en la literatura, como si hubiera comprendido muy temprano que se podía pintar también con las palabras. Fue una decisión natural, además, comprendí muy pronto que las páginas eran infinitas, siempre se podía continuar una historia en cualquier otro papel, mientras que la pintura, se quisiera o no, tenía un margen, un límite expresivo, un lugar. Podías pintar mil dibujos, pero necesitabas una hoja para cada uno; mientras que al escribir se podían expresar todas las cosas a la vez con tan sólo nombrarlas, se podía escribir pensando y hablando, se escribía observando. Me negaba a aceptar que una imagen valía más que mil palabras, dependía, para mí, de la imagen y de las palabras. Creo que en todo lo que escribo subyace esa idea primigenia, infantil, de la ausencia de límites, colores y matices de las palabras, sólo era cuestión de observar.
¿Qué te gusta escribir? ¿Cómo lo abarcas?
Escribo para comprenderme y, así, comprender a los demás. Las ideas se gestan mucho tiempo atrás, pero si supiera lo que voy a escribir antes de sentarme a escribir no lo haría, perdería el misterio. No comprendo el hecho de escribir sin sentir ese misterio, creo que por eso sigo haciéndolo. Lo que me empuja a sentarme a escribir es muy diferente de lo que encuentro en los textos una vez terminados.
Si los textos vienen en forma de poema, de cuento, de novela, de ensayo o de escena de teatro no es para nada importante, lo importante es desnudar a las palabras de todo lo superfluo, de todo lo que parezca o suene a literario, las palabras son siempre lo que parecen, puedes mentir con ellas, crear historias, ficción, pero ellas nunca mienten. Destruyo y borro más textos de los que finalmente dejo que vean la luz. Si no me emociono con lo que estoy escribiendo, si no me río o lloro, si me resulta pesado o arduo, rompo el papel, borro el texto, me levanto de la silla y, por lo menos, he aprendido una cosa más sobre lo que no tengo que escribir.
Llevar un blog de «autor» me ha ayudado mucho en este proceso. Se puede visitar en: http://lascadenasdeandromeda.blogspot.de/
¿Tenés alguna técnica a la hora de escribir?
La única técnica que conozco es escribir sobre aquello que realmente te importa o te duele, o sobre las dos cosas a la vez.
Tengo costumbres, por ejemplo, tomarme antes un café bien cargado. Escribo con música clásica de fondo (Mahler, Vivaldi, Händel, Schubert…) o de grupos que me gustan y cuyas canciones conozco (Led Zepellin, The Doors, Stone Temple Pilots, The verve, Héroes del Silencio, etcétera…), dependiendo de la emotividad de la escena del texto y de lo que significan para mí las canciones, escojo unas u otras. No pongo los títulos a los textos hasta el final, al principio sólo llevan el nombre de las dos o tres ideas principales. Escojo el título que mejor esconda y resuma el significado del relato, de la novela o del poema; siempre he pensado que es una forma de atrapar al lector contigo, de hacerlo tuyo, un gesto de complicidad.
El premio que ganaste (XXIX Premio Ciudad de Zaragoza de Relato) es por un relato que critica el mercado de la literatura (tema por demás interesante), cuéntanos un poco acerca de lo que escribiste y el porqué.
Una hora menos, en realidad, lo que critica, más allá de la crítica a la mercantilización literaria, es la negación social al dolor masculino. Creo que es un tema tabú en las sociedades modernas. Reivindico la sensibilidad masculina en un mundo insensible, repleto de arquetipos en los que hay que encajar, en el que los hombres tienen muchas veces las de perder porque no pueden expresar su dolor, como si al hacerlo fuesen menos hombres. En España, por poner un ejemplo, la tasa de suicidios masculinos por problemas económicos ha aumentado exponencialmente en los últimos años.
El relato es un homenaje a la derrota y la constatación del fracaso sistemático de nuestra sociedad en todos los ámbitos. El protagonista se queda en paro, se divorcia de su mujer y pierde el contacto con su hija porque su ex mujer se va con su pareja a vivir a las Islas Canarias a emprender un negocio hotelero para empresarios estresados. Como antes él era profesor de literatura en la universidad, un amigo le encarga, para poder subsistir, que imparta un taller de literatura. En la relación con el amigo escritor profesional y el protagonista y el curso del taller literario, se establece el mayor punto de crítica a la mercantilización.
Lo que trato de demostrar con el relato es que hay cosas que no pueden ni comprarse ni venderse, y que el amor en cualquiera de sus formas (y la cantidad de felicidad y, al mismo tiempo, de dolor que conlleva amar) es una de ellas; la literatura, la creación literaria, debería ser otra de ellas.