Lo bueno de contaminarse de lecturas es que las palabras crecen como enredaderas en los párrafos de cada cual, después de este u otro autor, ambición o límite (siempre autoimpuesto). ¿De qué se ríe el autor y qué llora en cada obra? Obsesiones contagiosas que van de libro a libro, todos los cómos y los mismos qués a lo largo de la historia. Amor, justicia y muerte. Pueden trazarse árboles genealógicos de autores a lo largo de los siglos, filias y fobias, podría escribirse una historia de la contaminación literaria, influencia lo llaman, y no es otro influjo que el placer que provoca abrigarse el alma con unas palabras o con otras, irse con unos amigos o con otros, compañías que no máscaras, caminos que no corrientes, son cosas que no pueden enseñarse en ningún sitio, se experimentan o no.
El estilo era el punzón con el que escribían los escribas sobre sus tablas de cera, en definitiva, la forma en que cada uno desgarra la página con palabras para desvelar u ocultar la realidad de lo que quiere decir, tener algo que decir y decirlo decía Wilde, mentía conscientemente, tener cómo decir y decirlo es más importante.
Ser consciente del propio estilo es algo terrible, extraño estigma, simulación sumisa del lenguaje, puzle consciente que trata de romperse en más piezas y acaba devolviendo la misma imagen.
Leía el otro día que Vargas Llosa tenía un plan diario de escritura, algo así como el que hace ejercicio o sigue una dieta… Entiendo que le sirviera como excusa para rechazar la presidencia del Instituto Cervantes ante los mismos que lo propusieron como candidato. Quiero decir que la excusa colaría bajo el amparo de la vocación. No obstante, sentí terror o, mejor dicho, pensé aterrorizado: «Es como obligarse a llorar todos los días de once a una de la mañana u obligarse a hacer el amor de diez a once de la noche. Literatura a modo de donante de sangre o de semen, funcionaria, de hábito y olor a pan y periódico recién vendido camino a casa». No sé cómo puede forzarse algo como la literatura (la escritura) o profesionalizar el número de páginas, domesticar al tigre, encerrarlo en una jaula, llevarlo a un circo y que pase por el aro ante los aplausos del respetable, otra cosa es lo estrictamente periodístico, de lo encargado por la necesidad, como Umbral y sus paradigmáticas columnas, por ejemplo, o los Palos de ciego de Cercas. De ahí, de esos modos preconcebidos y mañaneros, no puede salir ya nada bueno, no creo que escribiera de ese modo «La ciudad y los perros». «Aire y luz y tiempo y espacio» de Bukowski lo refleja mejor de lo que yo pudiera decirlo.
Ellos sabrán, no cabe duda de que es un buen negocio y resulta rentable, y yo quería hablar de estilo y no de dinero. De literatura y no de negocios. Como dijo Borges. que diría el otro…