Cada vez me cuesta más encontrar las palabras o el instante de las palabras, no porque no acudan a mí, sino porque me faltan horas al cabo del día para hacer todo lo que quiero hacer y por cansancio termino renunciando a lo esencial, a una de las pocas cosas que me importan de la vida que es sentarme a escribir, aunque siempre estoy pensando en escribir, a mirar fuera de mí lo que había dentro. En una biografía de Chéjov leí que a él le pasaba algo parecido, que veía una nube con forma de piano y pensaba cómo incluirla en un cuento, que veía un cenicero lleno de colillas a una determinada distancia de la mano de alguien y pensaba en el sentimiento que le provocaba esa imagen, para luego dejarlo por escrito en tal o cual escena. Bukowski decía que su vida era un 10% de escritura y un 90 % de esperar a escribir. No es que los entienda, o que me sienta identificado con ellos, es que yo de alguna forma soy así antes de haberlos leído siquiera y los comprendo. Nunca ha sido de otra forma. Lo único que calma tanta sed de escritura y falta de tiempo es la lectura a deshoras, nocturna y casi obscena con mi descanso. Sé o tengo la certeza que el resto de cosas que hago en la vida son absolutamente prescindibles en el mundo, con ello quiero decir que las podría hacer cualquier otro, que se pueden adscribir a un formulario, a una valoración, a un salario. Pero leer, escribir e imaginar: no, es otra vida dentro de la vida. Es la única vida que me importa realmente.
He empezado a leer hace días «Trópico de Capricornio» de Henry Miller y me está resultando increíblemente cercano, por la forma de ser y de decir y de enfrentarse a la escritura y a la asquerosa e inigualablemente sensible realidad humana, es tremendo y demoledor y al mismo tiempo rebosa ternura. Además hace poco he recibido un hermosísimo regalo llamado «Lo bello y lo triste» de Kawabata, libro que estoy paladeando despacio, como me pide el autor que lo lea desde su extraño y lejano silencio. Kawabata se suicidó y nadie sabe por qué, aunque me parece haberlo comprendido a las pocas páginas. Destila soledad, busca la soledad, encontró su propia compañía en la escritura, en decirse lo que veía hasta que seguramente no pudo más que ver lo mismo y se agotó, o quiso sentir lo que era morir voluntariamente, como acto supremo de soledad.
Siempre me ha gustado leer varios libros a la vez, la diferencia de velocidades y de miradas. Es como quedar con varios amigos la misma noche y tener un rato a solas con cada uno.
Al final, al final de todo y de tanto, es como si solo me comprendiera a través de lo que leo que me dicen esas voces amigas e invisibles. Como si la absoluta honestidad cupiera solo de esa forma en el mundo, al menos, de esa forma en la que hay otras vidas en la vida y amistades -invisibles- tan grandes que merece la pena vivir.
Aunque el mejor libro y las mejores páginas de mi vida han estado siempre ocultas en los ojos de la persona que amo, como si en ellos las palabras, silenciosas e invisibles, fuesen solo la verdad que designan.