Demiurgo

A todos los dramaturgos

Recogiste contigo cada una de las voces,
cada una de las sombras,
cada pared de cada casa y cada grieta en las almas.
Cada silencio de una tarde a solas, cada forma de amor siempre imposible.
Porque el amor es siempre imposible.
Cada susurro y cada grito, cada conversación al otro lado,
las voces agolpadas en tu memoria como un castillo de pena
y los trajiste
a este lado infinito de la vida.
Eras tú y tu folio en blanco,
el mundo y tu mundo,
todos nosotros a través de ti antes y después de nosotros,
antes y después de nuestro mundo.
Nos encerraste en la oscura luz de tus palabras,
un papel, unas líneas, un sentimiento, una idea
todo a través de ti.
Sin ti, no habría nada.
Este mundo era una inmensa mentira
y tú, al menos,
la extraña dignidad de lo posible,
la emoción,
lo que no ha de demostrarse si no con suspiros, con silencio, con lágrimas,
con uno mismo, hondamente.
No sabía qué entregarte,
no hay premio, dinero, galardón posible para tanto valor,
qué premio se le da a los muertos
más allá de una calle o una plaza o una estatua,
sobre la que cae la lluvia o arde el verano,
o una conferencia que no queda en nada,
no,
deja que te rodee mi voz o mi mirada más humana,
ojalá supiera qué decirte, de alma a alma,
ojalá pudieras escucharme,
gracias.