«La noche por ser triste carece de fronteras»
Luis Cernuda
Si tratas de buscar algún sentido, no lo encontrarás jamás. La noche por ser triste carece de fronteras, su origen, su desaparición de luz y espacio de sombra acude a abrazar no sé qué tiempo, no sé qué espacio hecho de luz de estrellas. Puedes volver los ojos, retornarlos frente al espejo de su propia memoria, donde el ser amado flota, como la luz intensa se dibuja en un cerco dorado tras los párpados. Sientes que el mar es azul, sientes que el mar es negro, no es más que agua, el reflejo de lo que suceda encima, y no es hermoso, como decía el niño del poema de Bukowski en el tren. Quizás la luz sea reflejo de lo que sucede alrededor, por eso la noche, la noche como absoluta ausencia y forma, abandono, como polen de flor, como amapola a la que zarandea el viento, inútil y abierta al fin y al cabo.
Abandono, decía, abandonarse lejos de lo que uno ha sido, de lo que ha pensado, de lo que sintió y dejarse atravesar de silencio, un silencio con forma de voz, como promesa que se cumple en secreto, como se deja una flor sobre la tumba. Hay una nada, una nada que está ahí para ser contemplada, cual lentitud involuntaria que gira, algunos viven acunados en sus brazos, a otros nos arrastra, son sus cadenas música que nadie escucha, que nadie sabe, tan sólo puede ser nombrada, tan sólo sucede.
Una piedra a orillas del mar, la soledad de un parque nocturno, un vaso de plástico manchado de arena y hielos en la papelera, la suciedad de un baño de gasolinera, sonrisa de comensales que ignoran su muerte y miran su teléfono, el viento moviendo su pelo.
Puedes decir adiós, qué absoluto consuelo despedirse, decir adiós a todo, sonreír mientras tanto. Al menos encarnar durante un tiempo la vida, de forma verdadera o consciente, con absoluta conciencia del valor su derrota, y ser como ese río del que no sabemos el nombre y nos gusta por verlo marchar, en su fluidez inútil, en su camino.
La noche por ser triste carece de fronteras, mis ojos mirarán por siempre hacia otro lado, pues su horizonte ya desvanecido, hermoso, terrible y hueco como los ojos y la mirada de un ciego, no pueden albergar en sí más forma que la propia ausencia, del mismo modo que se vive y se abandona un sueño una sola, una única, una instantánea vez.
Así, descubriendo el telón del alma, con la misma emoción con la que un niño llamado Chéjov pedía descalzo a la puerta de una iglesia para comprar luego una entrada de teatro, segunda alusión metaliteraria del texto, por amor de verdad no por estúpida pedantería de gafa de pasta o sillón de programa nocturno de lomo graso u homosexualidad creativa e impostada que tú me presupones equivocadamente, dejarse golpear por la realidad, y amar sus golpes porque nos hacen sentir vivos.
Quizás sea cierto, amo más a Chéjov, a Cernuda, a Hoffmann y a Bukowski que a ti. Siempre estoy con ellos, hablando con ellos, pensando en ellos, habitando en ellos, viviendo la vida a través de otros como tú me decías.
Él otro día mientras hacía algo parecido a llorar deseperadamente de amor, no pude evitar escuchar a José Hierro desde el otro lado de la vida, diciendo: «Maravillosamente se rompía». Alma que verdes primaveras viste, maravillosamente se rompía.
Cuarta alusión metaliteraria:
Qué importa, la noche por ser triste carece de fronteras.
Subida a ella el corazón sangriento,
Verá la mar por él empurpurada.
Luego pienso siempre fabricaré en mi sombra la alborada, mi lira guardaré del vano viento. Y qué, qué importa al fin y al cabo que los poetas sean las putas del universo o los ignorados legisladores del mundo.
La noche seguirá siendo triste y careciendo de fronteras.
Al cielo apunto.