Hoy, esperando que se pusiera en verde el semáforo, como muchas otras veces durante muchos otros días, he vuelto pensar que sólo es una luz detrás de un cristal, y que somos nosotros, los hombres, los que le damos un valor a esa luz.
He mirado las líneas en la carretera y he pensado lo mismo, que son sólo trozos de pintura sobre el asfalto.
Luego he seguido caminando y he visto una iglesia, y he pensado que no eran más que piedras, en la iglesia había un reloj enorme, y he pensado que no era más que un mecanismo por agujas que giraban señalando dibujos.
Después he entrado a un restaurante y he pensado que las mesas de madera sólo eran trozos de madera colocados de una determinada forma, que el vaso del que una forma más de vidrio inflado, que mis cubiertos poco más que trozos de acero moldeados y que el dinero que he pagado por mi comida no era más que papel y metal sin valor, por muchas improntas, sellos, firmas y autenticaciones que lleven serigrafiadas.
Luego me he montado en un tren, en un autobús, y he caminado hasta casa y he sentido el peso del absurdo de esta sociedad moderna, que nos requiere a todos en lugares alejados de nuestros domicilios, para poder ir al trabajo, para poder mantener los trenes y las empresas de transporte y venderte el café del camino al trabajo. Trabajo he pensado, algo que nadie quiere hacer por los demás y lo hace por dinero.
Luego me he mirado al espejo, y no he visto más que un animal al otro lado que me miraba incomprendido, sabiendo que designa a los objetos con palabras, y que cada palabra es un límite en sí misma.
Y he sonreído, y me he acordado de ella. Y el amor, y el amor…
(Y sí, he visto la película de Der Vorleser, y me ha gustado muchísimo, aunque me ha gustado menos que el libro, la historia vista como película pierde…).