El loco de la camiseta

En la ciudad en la que vivo hay un hombre que va siempre en bicicleta (nunca lo he visto caminar), calvo y con bigote, que lleva una camiseta que le deja la tripa, bastante prominente aunque sin llegar a ser excesiva, al descubierto; la camiseta es de algodón, sin estampados, lisa, como de niña. Él no me ha visto nunca, yo siempre lo veo a él. Lo he visto algunas tardes de domingo, cerca de los parques, cuando queda poco para que termine de caer el crepúsculo o muy entrada la noche por las callejuelas del centro, raudo bajo la tenue luz de las farolas alemanas. Tiene siempre la mirada perdida como si le acabaran de dar una mala noticia que le impeliera a pedalear rápido, como si llegara tarde y no quisiera llegar tarde. De su manillar a veces cuelga una bolsa de plástico vacía. La gente se sonríe al verlo pasar o lo señala y hace comentarios a su acompañante. Cuando se cree ver a un loco, la cordura busca semejantes. El único día que lo vi con un jersey morado de encaje, no menos raro que su habitual camiseta y que le cubría el torso por completo, me sorprendió tanto que me hizo reflexionar varios días sobre la locura, sobre lo visible y lo invisible, sobre llevar o no la tripa al descubierto, sobre la metáfora de aquella tripa peluda de cincuentón atravesando la ciudad en bicicleta. Supe que iba a escribir algo sobre él cuando me oí pensar: ¡El loco de la camiseta con jersey!
Esta tarde, cuando he salido a correr, lo he vuelto a ver subido a su bicicleta y he pensado en pararlo y preguntarle por qué se vestía de aquella forma.
Pero nunca lo he visto caminar y lo más probable es que le hubieran dado una mala noticia o que llegara tarde y no quisiera llegar tarde.