No sé la de cuadernos que habré gastado a lo largo del último año para organizar el material de la novela que estoy escribiendo y de la que no hay escrita ni una sola página definitiva. ¿Ocho, nueve, veintitrés? Una y otra vez, una y otra vez, escribir para encontrar al narrador, a los narradores, porque tendrá al menos tres, aunque uno sea un narrador invisible. Escenas, fragmentos, personajes a los que conozco mejor que a mí mismo porque son parte de mí y también lo contrario y son partes de personas que conozco y partes que me invento o que añado de otras personas, el resumen del resumen de la documentación y más documentación, libros con tantos post-its de colores que parecen haber florecido como si los hubiera dejado abandonados en el parque que hay cerca de mi casa, la vegetación de las ideas. Notas, por ejemplo, como: «A Julio le gusta mirar las cajas de los juegos de mesa de los grandes almacenes porque parecen prometer algo, como los dorsos antiguos de los naipes que había en las casas de los abuelos». «Buscaba un bar venido a menos; las cafeteras viejas, descatalogadas, usadas varios decenios de más y escandalosas son las que mejor café hacen, al menos, con la amargura exacta de los años perdidos en un mismo rincón». «Los cielos en los sueños de Elda son del color verde del bronce gastado. Sueña a menudo con coches abandonados y bicicletas oxidadas sobre las que llueve. Si sueña en blanco y negro, los cielos siguen siendo de bronce gastado y, a veces, se desconchan como una pared encalada bajo un sol de castigo. Son cielos con varias capas, no es un solo cielo, sabe que sueña con cielos sucesivos, son cielos que dan a la calle o al interior de otros lugares, incluso, al interior de otras personas». «Un personaje es lo que queda de él, lo que deja en los demás, como en la vida somos aquello que dejamos en lo demás y que desconocemos o que conocemos por terceras personas. Hay que tratar de escribir lo desconocido, igual que ignoramos casi todo lo que dejamos en los demás. Escribir sin escribir, escribir lo que queda y que no sea un recurso: detesto el recurso y la pretensión de originalidad: lo original no se pretende, sino que surge, por eso es original. Rehuir. Somos lo que queda, un personaje es lo que queda de él: una frase, un desconcierto, un deseo que lo empuja y que él mismo desconoce hasta el final». «Elda piensa que es tan difícil cambiar como no hacerlo; se cambia siempre, se quiera o no». «Escribir sin mirar los cuadernos, releerlos cuando termine y corregir con ellos». «Da pena cuando se gasta un cuaderno, los voy a dejar todos sin terminar, que les sobren hojas, como esos caminos que ya no llevan a ninguna parte y siguen estando ahí como para marcar su propio final».
Mientras, espero a que me llegue el pedido de «El punto ciego» de Javier Cercas de una librería de viejo que tiene su página web en una proveedora multinacional. Ya conozco la teoría de Cercas y cómo construye sus novelas; pero me gusta leer cómo escribe, solo por el placer de tratar de imaginar cómo lo ha escrito, es decir, por el placer de adentrarse en un texto que el autor da por concluido y reconstruirlo al leerlo. No me pasa nada parecido con casi ningún otro escritor, quizá porque él siempre escribe desde lo desconocido y porque soy un lector de autores, más que de géneros. O, al menos, eso creo o ese es mi lector ideal. Siempre se escribe para alguien.