Has caminado a solas por la ciudad y aunque estaba llena de gente, parecía estar vacía para ti, lo estaba, siempre lo está. ¿Cuánto tiempo lleva estando vacía en el fondo? Sin ella nada es igual. Sigues hablándole en tus pensamientos, le cuentas cada cosa y cada matiz se ilumina con una precisión tan exacta que parece innecesario que acudan las palabras, basta con una mirada dentro de ti, con un gesto de complicidad con la brisa que te rodea, con la última nube del cielo que cerca la luna. Y todo se torna una invisible presencia, como cuando miras las notas en el cuaderno donde escribes todo, como si la realidad no existiera de la misma forma, o simplemente ella sucediera en una dimensión doble y triste, extrañamente triste, por lo impronunciable, por lo imposible del depositario, porque el otro, nuestra otra parte divisible de nosotros, ya no está.
Todos estos pensamientos te destruyen, ahondan la distancia dentro de ti, hacen presente el olvido. El olvido es una ausencia presente en la consciencia de quien piensa en ti, su forma abandonada, la desmayada luz de la luna sobre tus pasos. Una hondonada, te dices, hecha con el eco de la voz de tus pensamientos, en la que habita su imagen, sus ojos, acaso un gesto único y definitivo, todo lo que un día pareció estar hecho para ti, para que bajo tu mirada adquiriese un valor inequívoco y propio.
Quizás esa sea tu última forma de estar con ella, de estar con alguien, de estar con todos, estando absolutamente solo, como si eso fuera para ti un ensayo de lo que ha de quedar tras de morir. Como si poseer esa nada diera a todo un sentido nuevo, el de poder habitarla y ser su forma.
No puedes decírselo a nadie porque fuera de ti todo pierde su límite. Y acabas por venir aquí delante de la página, siendo incapaz de romper el silencio, como si fuera posible abandonarse.
Sabes muy bien que a fin de cuentas, nadie te conoce, ni siquiera tú.
Me conozco a través de ti…
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