No me pertenece la vida,
el tiempo o lo que fui antes de ti,
tampoco ya son mías las palabras, ni los latidos de mi corazón,
que repiten tu nombre desbocados,
como olas de mar,
como nubes,
como el primer vuelo de un ave
o la primera luz que en su blancura contenía todas las flores de la historia.
No son mías mis manos,
y todo aquello cuanto vi antes de ti no era nada,
soy el silencio y tú la música,
tú eres la voz y yo el que escucha
y la escucha en su forma dentro de su forma,
tú el cielo, yo el desierto que se tiende bajo las estrellas,
una inmensa soledad que te busca bajo el azul.
Quiero nombrar lo imposible,
quiero destruir la muerte dentro de ti y que sólo quedes tú,
pura como el beso de un niño,
pura como todo lo que te contuvo,
pura como un recuerdo tuyo en cualquiera de nosotros.
Sólo tengo esta vida para amarte,
no me importan las calles, no me importan las ciudades,
el dinero de todas las cuentas corrientes del planeta,
los coches,
los trabajos, los periódicos, los planes de estudio,
las opiniones, los países, las culturas, los libros,
todo ese mundo que han inventado para nosotros no me importa
mírame,
soy un alma desnuda ante algo sagrado.
Ahora lo sé
sé que nací para vivir estos días,
para contemplarlos despacio,
del mismo modo que nuestros pensamientos tratan de explicarnos la vida
sé que regresaré por siempre a ellos porque son inquebrantables,
soy alguien que sabe la verdad y se atreve a decirla,
ya nada podrá separarme de ti
porque te llevo dentro,
dentro lejos de mí.
Y lo sé sin motivos,
como el que estuvo presente
como el que fue testigo.
Me habita un amor que no muere,
porque ese amor soy yo mismo.