Silente

«De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro.»
Jorge Luis Borges, El libro

La lectura es un refugio porque me disloca, al leer dejo de ser la intemperie de mi memoria para adentrarme en otra que, según avanzo en la lectura, se va disipando hasta formar parte de lo que no puedo dejar de ser. Cada vez que leo me olvido, no de mí, sino de mi memoria, y soy todo imaginación, posibilidad, quimera en las palabras, por eso la lectura me es tan grata, por lo que tiene de fortuito, interior y azaroso. Leer es desaparecer, escribir es hacer desaparecer, de ahí que no se pueda escribir sin silencio o, al menos, sin la conciencia plena de la importancia del silencio, sin la conciencia de la importancia de su música. Las mejores melodías están hechas de la distancia que existe entre los silencios en que se separan las notas. Todo lector que se precie de serlo es un intérprete de silencios, las mejores personas que conozco, incluso que conoceré jamás porque ya han muerto, son las que escuchan de verdad y te miran a los ojos mientras lo hacen. El recuerdo de sus silencios me sigue acompañando y reconfortando, aunque esas personas ya no estén con vida o lleve años sin verlas. Lo mismo ocurre con los libros. El lenguaje de la mirada es el idioma predilecto del silencio. Hay palabras que hunden en silencios profundos y oscuros, las hay livianas y claras como brisas de verano sobre los párpados. El silencio puede ser ensordecedor, la verbosidad en la escritura, sin embargo, es casi siempre insustancial. No hay solo un silencio, los hay oscuros y fríos, como ya he escrito, los hay luminosos y cálidos, también los hay tenues y sutiles, apenas perceptibles, silencios como semillas partidas sobre tierra fértil, aparentemente inofensivos.
Borges decía, nunca me cansaré de citarlo igual que él citaba a Heráclito, que el pasado de una persona está hecho de sueños, en realidad, de la sucesión del recuerdo de sus sueños, que a su vez es el material del que están hechos los libros. Los libros que he leído ya no son sino la poca o mucha memoria que guarde de ellos, quizá la posibilidad de un reencuentro con la persona y los sueños que fui. A veces un país cabe en una sola calle, el sentido de toda una vida en la evocación de una mirada en las postrimerías de la existencia o un montón de años en el recuerdo de unas sombras dibujadas en una pared, las sombras que los dos forjamos, que diría Pedro Salinas, en un verso que no he olvidado porque lo citaba otro autor al comienzo de un poema, quizá fuera Cernuda, tal detalle no lo recuerdo a ciencia cierta, lo importante es que sí recuerdo el silencio que sentí al leerlo.
No puedo imaginar un mundo sin lectura, sin los libros que leí y que me quedan por leer. Me ocurre, en ocasiones, que solo de pensar que los libros no existieran, comienzo a sentir una extraña angustia, la angustia y el horror del riesgo de no haber sido más que el breve animal mortal que soy, como esos sueños que se saben que se han tenido y de los que no se recuerda nada, acaso su huella, la elipsis de su fugacidad. Los libros son la memoria de nuestros sueños, es inmenso el misterio que reside en los pensamientos de Borges. Los libros son el lugar que somos y al que podemos regresar, regresar siempre distintos, despedidos de nosotros como las aguas del río de Heráclito.
La lectura es un refugio, quizá el único que exista.

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