Canela

Aparte de la poco sana costumbre de fumar desde tiempos inmemoriales, mi madre tiene la sana e inusitada costumbre de leer y escribir a diario, manía o virtud que me ha legado, como se adquieren los andares y los ademanes por imitación o genética. Poco después de que muriera mi abuelo en el año 2009, se marchaba largas temporadas al sur, a cuidar de los últimos días de mi abuela. Por la azotea de casa de mis abuelos apareció cierto día una gata con tres cachorros, por su color, mi madre la bautizó con el nombre de Canela y tuvieron un idilio, una historia de amor que estoy convencido de que solo se puede dar entre mujeres. Esta semana, mientras estaba obligado a guardar reposo -aún lo sigo-, me puse a leer las cartas de mi madre, cartas en las que siempre me manda una brevísima carta y una antología de sus textos, de sus caóticos diarios, a veces pienso que así deberían ser las cartas de todo el mundo. Entre ellas, en el dorso de una papeleta de un referéndum de 2007 del Estatuto de Autonomía para Andalucía, encontré un hermosísimo texto que se llama «A mi gata» y que quiero compartir con su permiso:

«Se llama Canela y es bonita como un amanecer ante un limonero. Tiene los andares gráciles y serenos. Como hoja de parra verde son sus ojos; me recibe y me despide con sigilo y esmero. Es silenciosa y dulce, cariñosa, pero sabe defender lo suyo y pelea como lo que es: una gata criando tres cachorros sin ayuda sabiendo que llega el invierno. ¡Es tan buena madre! A cada rato va a darles de comer, yo los miro y ella me mira como diciendo: «Tú eres nuestro único e improbable sustento». Y me hace compañía en casa. A mi lado, vigilante y en silencio. Te quiero, gata, te quiero». Fefi 13/09/2010

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